Выбери любимый жанр

Вы читаете книгу


Rufin Jean-christophe - El Abisinio El Abisinio

Выбрать книгу по жанру

Фантастика и фэнтези

Детективы и триллеры

Проза

Любовные романы

Приключения

Детские

Поэзия и драматургия

Старинная литература

Научно-образовательная

Компьютеры и интернет

Справочная литература

Документальная литература

Религия и духовность

Юмор

Дом и семья

Деловая литература

Жанр не определен

Техника

Прочее

Драматургия

Фольклор

Военное дело

Последние комментарии
оксана2018-11-27
Вообще, я больше люблю новинки литератур
К книге
Professor2018-11-27
Очень понравилась книга. Рекомендую!
К книге
Vera.Li2016-02-21
Миленько и простенько, без всяких интриг
К книге
ст.ст.2018-05-15
 И что это было?
К книге
Наталья222018-11-27
Сюжет захватывающий. Все-таки читать кни
К книге

El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 17


17
Изменить размер шрифта:

Un hombre que se proponia meditar antes de abandonar a sus semejantes no podia encontrar en todo El Cairo un lugar mas adecuado como jardin de los Olivos que aquel lugar poblado de sagus ventrudos, grandes mangos de troncos torturados y sobrias acacias. Sin embargo, tan pronto como hubo llegado a aquel paraje solitario, Jean-Baptiste se percato de lo poco predispuesto que estaba para entregarse a la desesperacion. Las plantas crasas del jardin emanaban sus perfumes oleosos al aire calido que ascendia del suelo. Unos viejos jardineros descalzos regaban las plantas jovenes con aire pensativo y el agua, al correr por la tierra seca, runruneaba lenta y deliciosamente. Los dias seguian siendo largos, de modo que todavia podria disfrutar un rato de aquel atardecer banado en sombras cardenas. Al final, Jean-Baptiste se sento en un banco, se rio para sus adentros por haber sido tan estupido como para consentir que la tristeza lo atormentara y se juro que no volveria a ocurrir.

Entonces intento considerar la situacion con la mayor frialdad posible. Primero sopeso su falta de experiencia, pues aunque hacia mucho tiempo que las mujeres le brindaban gustosamente sus favores, nunca se habia sentido afectado por los amores que inspiraba su persona1 . Estas pasiones no compartidas no le habian ensenado gran cosa, salvo a eludir los sinsabores que en ocasiones pudieran causar los celos desaforados de ciertos maridos, como uno furioso que le obligo a salir corriendo de Venecia. Por lo demas, desde que vivia en El Cairo, habia sido lo bastante sensato como para salir airoso de las trampas que le habia tendido alguna que otra otomana bella y fogosa. Un bey que le tenia aprecio, incluso le habia propuesto casarse con su hija mayor, con la condicion, evidentemente, de que se hiciera turco para la boda,pero Jean-Baptiste habia alegado esta obligacion para librarse de un asunto que a su modo de ver no guardaba ninguna relacion con los sentimientos.

Afortunadamente era bastante lucido como para no confundir esos juegos y placeres con el amor, y admitia sin reparos que nunca lo habia encontrado. Pero ni se afligia ni se arrepentia de ello; era asi, simplemente. Ninguna mujer le habia despertado jamas esa turbacion perdurable, esa captura del pensamiento, o esa esclavitud del corazon y de los sentidos que debia de ser el amor. Se habia acostumbrado a ver unicamente el lado bueno de las cosas que le ocurrian, y mas bien se alegraba de que la pasion nunca hubiera puesto trabas a su libertad. Tal vez por eso le disgustaba en cierto modo la idea de no poder librarse de la imagen tierna y turbadora de la senorita De Maillet en el momento en que iba a emprender un viaje de tal envergadura.

Un pobre anciano, sentado en la grupa de su borrico, paso lentamente por el camino. En la quietud silenciosa de la noche, el viejo chascaba la lengua al ritmo quedo de los cascos del animal. El asno llevaba atado al petral una cesta repleta de higos chumbos. Cuando estuvo cerca, Jean-Baptiste le hizo una senal al campesino, le tendio una piastra y obtuvo cuatro higos a cambio. Empezo a pelarlos con una navaja, mientras meditaba sentado en el banco.

Ahora ya no lamentaba haber caido en las redes del amor, pues estaba seguro de que esta vez no podia ser otra cosa. No obstante, la cuestion era que hacer, pero no se le ocurrian buenas soluciones. Si se quedaba en El Cairo, se expondria a la animosidad del consul, que no dudaria en perseguirle u obligarle a exiliarse de nuevo. En ese caso era absurdo imaginar cualquier relacion con su hija. Trato de pensar que aquella pobre nina estaba mas contenta simplemente porque veia a mas gente. Por otra parte ella era hija de un aristocrata y eso no se podia cambiar. Jean-Baptiste estaba convencido de que un hombre como el no tenia ninguna posibilidad, y menos aun si prescindia de la posicion efimera que su mision le habia conferido. Por otra parte, si se marchaba, quiza no la volviera a ver nunca mas. Probablemente fuera la mejor solucion. Todo pasa, y las impresiones nuevas del viaje le ayudarian a olvidar los buenos y los malos recuerdos.

Algo le decia sin embargo que podia aunar lo irreconciliable, esto es, no renunciar ni al deseo de conocer Abisinia e ilustrarse ni a la tentacion de conquistar a la inaccesible Alix de Maillet, una muchacha que parecia haber sido creada para encontrarle y hacerle feliz.El higo chumbo era jugoso y dulce. Le gustaba el delicioso contraste de las pepitas duras y la carne tierna del fruto, asi que tomo otro, pero se pincho. «Pincha porque es dulce», penso.

Era una de esas frases sin sentido aparente que a veces surgen en el curso de otra reflexion. Sin duda pretendia decir que el cactus tiene pinchos porque protege su fruto de los animales que pudieran codiciar su dulzura. Pero su mente, dislocada de tanto cavilar sobre el problema que le obsesionaba, capto esa paradoja y la transpuso. Se quedo deslumhrado, como presa de una iluminacion. «Eso es -penso, dejando a un lado los higos chumbos-, eso es exactamente. Entre ella y yo hay tremendos obstaculos que solo pueden ser superados en circunstancias muy especiales. Si no tuviera que marcharme de El Cairo, nunca la habria visto, nunca me habria acercado a ella y nada habria sido posible. Pero la mision que me han confiado, que sin duda me enfrentara a grandes peligros, puede asegurarme un gran triunfo a cambio. Voy a Abisinia, sano al Negus, vuelvo con la embajada que me piden y la acompano a Versalles. Luis XIV me otorga un titulo de nobleza y el consul no podra negarme a su hija. Eso es. Hoy, los higos pinchan, pero manana, gracias a ellos, saboreare la dulzura.»

El joven se puso de pie y, sin cesar de murmurar, llego a la salida del jardin a grandes zancadas. En cuanto dio con la clave del asunto, lo demas llego sin darse cuenta. Asi que elaboro espontaneamente un plan de conducta, lo considero excelente y se prometio llevarlo a cabo.

A partir de ese momento lo vio todo con otros ojos, y muy particularmente la mision que le habian confiado. De entrada se habia imaginado, sin entusiasmo, que solo serviria a los designios del Rey de Francia y del Papa. Pero ahora estaba convencido de que tambien podia ser el artifice de su felicidad. La cuestion adquiria otro cariz.

10

Cuando el senor Mace pregunto a unos barqueros en Boulac, un puerto fluvial proximo a El Cairo, estos le indicaron que dos capuchinos remontaban el delta en un viejo falucho. Todavia estaban a tres jornadas de la ciudad, pero la noticia de su llegada precipito los preparativos, y la partida se fijo para dos dias despues, un lunes. La vispera, el padre De Brevedent, a quien el senor De Maillet no acababa de ver como criado, le habia pedido permiso al consul para oficiar personalmente la misa en el consulado. Era imprudente utilizar la capilla principal, donde el servicio dominical reunia a todo bicho viviente de la colonia, asi que la misa se celebro en la sala de audiencias, bajo el retrato del Rey. Ademas de la familia De Maillet al completo, entre los asistentes se encontraban el padre Gaboriau, el senor Mace, el dragoman senor Frisetti y Jean-Baptiste. Como de costumbre, este no intento acercarse a Alix, pero cruzo con la muchacha una ultima mirada en la que ella mostro su alegria.

El consul solo supo apreciar en el comportamiento del medico una total ignorancia de la liturgia mas elemental. Este detalle confirmaba, por si fuera necesario, la escandalosa falta de fe del diplomatico.

Al termino de la ceremonia se sirvio un pequeno refrigerio en el salon contiguo. Despues de las congratulaciones, Jean-Baptiste pidio al consul una ultima audiencia en privado.

– Bueno -le espeto el consul malhumorado en cuanto estuvieron solos-, y ahora que pasa…

– Debo informarle -empezo Poncet- que mi socio no puede quedarse en El Cairo en mi ausencia. El prepara las recetas, segun mis instrucciones, y solo no puede hacer nada. De manera que va a marcharse a Alejandria, donde hay un boticario que le reclama desde hace mucho tiempo.

– Muy bien -dijo el senor De Maillet-, pero eso, si no es mucho preguntar, ?en que me afecta a mi?

– A eso voy. El arreglo es provisional. Cuando regrese de Abi-sinia…

El consul bajo la mirada.

– En fin -prosiguio Jean-Baptiste con voz firme-, el maestro Juremi volvera cuando yo regrese de Abisinia y entonces continuaremos con nuestros asuntos aqui.

– Es una idea excelente.

– Y bien…

– ?Como que y bien?

– Dejamos nuestra casa como esta.

– No veo ningun inconveniente. No se mortifique por el alquiler -dijo el consul con resignacion, que se imaginaba adonde queria ir a parar el medico.

– No se trata de eso. He agregado un ano de renta en los gastos.

– ?Entonces no hay mas que hablar!

– Se equivoca -dijo Poncet, que despues de haber dado dos vueltas, paso a paso, por la exigua estancia, se topo literalmente con el consul y se quedo plantado delante de el, rebasandole con creces-. La casa no tiene importancia, pero su contenido es infinitamente precioso. Alli esta todo nuestro material, aunque aun no es gran cosa. Nuestro mayor trabajo ha sido incrementar el numero de plantas valiosas, plantas que hemos cruzado con mucha paciencia estos ultimos anos y que no deben desaparecer.

– Dare ordenes a alguno de mis criados para que las rieguen…

– ?Para que las rieguen! ?Sus criados! ? Ah, senor que poco sabe usted de esas cosas! -exclamo Poncet, alzando los ojos al cielo-. ?Piensa realmente que basta con que una persona cualquiera vierta unas gotas de agua en cualquier momento para mantener con vida un tesoro?

– Sin duda -farfullo el consul-, eso creo.

– ?Pues se equivoca! -sentencio Poncet-. No es asi. La gente nos paga precisamente por todo lo que debemos saber sobre ese mundo extrano o infinitamente mas complejo que las mayores intrigas humanas. No puede imaginarse cuanta paciencia, intuicion y memoria se requiere para cuidar con inteligencia a todos esos seres vegetales, furiosamente hostiles entre si.Jean-Baptiste, como siempre que hablaba con pasion, hacia grandes gestos con los brazos.

– Una determinada especie, por ejemplo, puede morir si la temperatura aumenta unos grados mas de la cuenta. Usted lo sabe, y cree que basta con abrir una ventana. Craso error, porque puede producirse una corriente de aire y al dia siguiente a lo mejor esta muerta.

Explicaba la cuestion como si se tratara de un genocidio, y el senor De Maillet lo miraba espantado, con los ojos muy abiertos.

– Y otra -continuo Jean-Baptiste con tono de voz que sobresalto al consul- absorbe toda el agua que usted le ponga. Entonces se satura, las hojas se hinchan, se ponen turgentes, hasta el punto de que parece una planta distinta, pero usted sigue echandole una cubeta de agua cada manana. De pronto entra en un ciclo seco. No hay indicios del cambio, en apariencia, a no ser unas pequenas senales casi imperceptibles que los botanicos han tardado casi un siglo en descubrir. Y ahi, de un dia para otro, un solo vaso sobre las raices es suficiente para que se pudra por completo. Tambien hay algunas que no pueden estar junto a determinadas especies porque se devoran, se estrangulan, luchan a muerte con toda la fuerza de sus ramas. Se cree…