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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 12
– Oiga, Poncet, mi pregunta es muy simple. No se la formulo con segundas intenciones, ni tampoco voy a imponerle ninguna sancion, todo lo contrario. Se la voy a hacer de nuevo, y espero que me responda con claridad: ?ejerce usted la medicina?
– Si.
– En ese caso, ?seria usted capaz de curar, digamos, por ejemplo, esas enfermedades de la piel que padecen los indigenas, esa suerte de lepra, de liquen?
– Nada mas facil. Aunque no hay ninguna receta milagrosa y cada caso exige un tratamiento particular.
– Eso es lo que queria saber -le interrumpio el consul-, no entremos en detalles. Ahora pasemos a otra cosa. He venido a proponerle solemnemente una mision de extraordinaria importancia.
– Este alambre, este alambre. ?Juremi! -grito el hombre desde la escalera.
– ?Me oye? -pregunto el consul.
– Si, si, continue.
– ?Aceptaria usted ser el mensajero del Rey de Francia?
– ?Que ocurre? -inquirio el maestro Juremi, saliendo de su madriguera.
– Es este alambre de cobre. ?Quieres traerme otra bobina? El que tengo se rompe cada dos por tres.
– Senor Poncet -dijo el consul, que a duras penas podia controlarse-, le estoy hablando de cosas verdaderamente importantes. ?No puede concederme dos minutos y bajar de ese arbol?
– Casi he terminado. Solo tengo que hacer unos cuantos nudos mas. Si lo dejo ahora, no servira de nada. Pero no se preocupe. Oigo todo lo que dice. Una mision para el Rey…
– Una mision que lo convertiria en uno de los artifices mas gloriosos de la Cristiandad, y hasta del mismo Papa.
– Ya se lo he dicho -respondio Poncet con un tono que no sugeria el menor entusiasmo-, hare todo lo que sea para complacerlo, senor consul, aunque los asuntos oficiales no me atraen demasiado.
– Veamos el asunto de otra manera: se trata de curar a un soberano.
– ?A Luis XIV?
– No, no. -Se rio con sarcasmo el consul, que estaba a punto de perder la paciencia con tantas necedades-. El Rey de Francia lo enviaria a la corte de otro soberano, ?comprende usted? ?No es una circunstancia gloriosa tratar el cuerpo de un gran rey?
– Para nosotros, los medicos, se trata de un cuerpo, no de un rey.
El senor Mace miraba al consul y se daba cuenta de que tanto el como su superior estaban al limite del desaliento, y que todo aquello podia terminar en invectivas o en lagrimas en cualquier momento.
– Bueno, ya se lo he dicho, senor consul, estoy impresionado por su presencia aqui. Se trate o no de un rey, si usted me pide que cure a alguien, lo hare. Solo espero que no sea demasiado lejos. Tengo mucho trabajo y me resultaria casi imposible ausentarme mucho tiempo.-En ese caso -exclamo el consul dejandose caer de nuevo en la silla-, me temo que todo esto va a ser inutil.
– ?Por que…?
– Este asunto del que le estoy hablando -dijo el consul con ironia- exige un largo desplazamiento. Estimo que necesitaria mas de seis meses para acudir junto a su paciente.
– ?Seis meses! Pero ?de que diantres se trata?
– De ir a curar al Negus de Abisinia en su residencia -respondio el consul.
Tras un largo silencio, los visitantes vieron temblar la escalera, y despues unos pies que descendian los peldanos.
Un instante despues, Jean-Baptiste estaba abajo. Se sacudio unas hojitas que se le habian prendido en la camisa y el cabello y se dirigio lentamente hacia los diplomaticos.
Era mucho mas joven de lo que el senor De Maillet se habia imaginado, probablemente porque la gente siempre prefiere que los medicos sean ancianos venerables.
Una vez hecha esta observacion, al consul le falto tiempo para examinar con detenimiento el fisico del individuo que tenia delante. Se fijo particularmente en sus maneras y estas le desagradaron. No se esforzaba en absoluto por hacer el menor gesto que demostrara un minimo de cortesia, ni un indicio de respeto, y menos aun de sumision. Era la naturalidad en persona, no habia ningun ademan estudiado en su semblante. Enfrente de el, los dos visitantes con el rostro empolvado, sudando, tocados con peluca, se afanaban en presentar un aire autoritario, mientras que su interlocutor posaba sobre ellos, como sobre cualquier otro ser de este mundo, una mirada intensa, llena de curiosidad, de candor y de simpatia, que les parecio el colmo de la insolencia. Frente a tal personaje, el senor De Maillet decidio ser mas cauteloso que al principio, y el senor Mace experimento un odio inmenso.
El consul y su secretario aborrecian la libertad, cada uno a su manera; el primero la despreciaba porque no podia someterla, y el otro porque lamentaba no haber tenido la osadia de abandonarse a su influjo. Y muy a pesar de ellos, Jean-Baptiste era la viva imagen de la libertad. Tras un instante de silencio, este dio un paso mas y dijo con una sonrisa:
– ?El Negus de Abisinia! Creo que tenemos que conversar sobre ello, senores.
7
La senora De Maillet esperaba a su marido en el rellano de la escalinata, mientras agitaba con aire inquieto un gran abanico de papel de China con rosas pintadas. La carroza regreso a las once, y en el preciso momento en que el consul descendia con su secretario, la senora De Maillet se abalanzo sobre su esposo.
– Querido -dijo-, te lo suplico. Tomate un poco de descanso, no paras un momento. Este clima te puede dar un disgusto. Tu corazon…
– No te preocupes por mi -replico el consul-, preocupate mas bien por los asuntos de Estado que son dificiles de tratar. Dime donde esta ahora el padre Versau.
– Lleva mas de una hora reunido en conciliabulo en sus aposentos con los dos padres jesuitas que han venido a visitarlo esta manana.
El consul se dirigio hacia el primer piso y, con un ademan, le indico al senor Mace que le acompanara.
La amplia sala donde se alojaba el jesuita poseia, en la parte trasera, un minusculo gabinete de trabajo con el techo bajo y las paredes revestidas de madera que el cura habia convertido en su estancia favorita. El senor De Maillet llamo a la puerta y, tras ser autorizado, entro seguido del senor Mace y ambos se sentaron a la mesa, alrededor de la que se perfilaban las siluetas oscuras de los tres curas.
– Permitame que les presente al padre Gaboriau, que usted ya conocia, y al padre De Brevedent, que segun creo no ha visto nunca -dijo el padre Versau.
Los diplomaticos saludaron a los dos clerigos. El padre Gaboriau, que llevaba mas de quince anos en la colonia, daba clase a los ninos dela nacion franca; era un hombre entrado en carnes, con la cara y las manos cuadradas y rojizas. Varias generaciones de pequenos alumnos habian intentando entender, fascinados, como la linea caotica de sus dientes superiores, rotos y orientados hacia las mas diversas direcciones, podia ocluirse sobre una mandibula inferior no menos accidentada. Sin embargo, cada vez que el cura dejaba de hablar acontecia de nuevo el milagro y su boca de saurio volvia a cerrarse como si tal cosa. La unica consecuencia de esta anomalia dental era, al parecer, la clara predileccion que el cura manifestaba por los liquidos. El consul, que monopolizaba casi por completo el comercio del vino, tenia la generosidad de suministrar a las congregaciones el preciado liquido a precio de coste. Habia comprobado que la diferencia no suponia una perdida demasiado cuantiosa, siempre que aquellos benditos hombres no abusaran. Valga decir que el padre Gabonau era el unico que se excedia hasta el abuso. Por tal motivo, aunque la piedad del senor De Maillet no le permitia tratar al cura como a un borrachin, nada le impedia mirarlo casi como un ladron.
El otro jesuita era completamente distinto, alto, algo flaco y de piel cetrina; llevaba unas diminutas gafas de cobre que le resbalaban constantemente por la nariz roma. Como la protuberancia nasal destacaba tan poco del centro de su cara, la frente abombada, que se extendia hacia sus cabellos cortados al rape, y sobre todo la boca y el prominente menton, parecian mucho mas grandes de lo que en realidad eran. No obstante, este abultamiento parecia mas de carne que de huesos, ya que sus grandes labios apenas se cerraban y la piel del cuello le empezaba a colgar. Al verlo asi encorvado, con aquella frente, aquellos anteojos y aquellas manos huesudas acostumbradas a pasar paginas amarillentas, uno se percataba inmediatamente de que estaba delante de un hombre culto y estudioso.
– No, en efecto -dijo el consul, inclinandose-, no conocia al padre De Brevedent.
– Hace dos dias que ha llegado, y ya sabe que los turcos nos ponen muchas dificultades. Oficialmente solo puede haber un jesuita en regimen permanente. Los otros son simples visitantes. Asi pues, de cara a las autoridades, no se trata mas que de un viajero ordinario.
De Brevedent esbozo una sonrisa timida, mirando al consul con el rabillo del ojo y sin mover la cabeza.
– Entonces -continuo el padre Versau-, ?ha encontrado ya a un posible mensajero?-Si, padre -dijo el consul-, he dado con uno, y creame que no ha sido facil. Frances, catolico, medico, de complexion robusta, y aventurero por naturaleza.
– Sin duda debe ser un personaje muy poco comun -dijo el jesuita, solicitando con la mirada la aprobacion de los presentes-. ?Ha aceptado solemnemente?
– Bueno… Estara aqui despues del almuerzo. Todavia no ha comunicado su decision. Pero he pensado que es mejor no precipitarse y esperar a que usted mismo le exponga los detalles de la mision. Lo recibiremos todos juntos, si les parece. De esta manera su compromiso tendra mas peso.
Acto seguido, el senor De Maillet paso a describir con todo lujo de detalles al sujeto en cuestion. Eligio cuidadosamente sus palabras para lograr un equilibrio entre los atributos del individuo y sus extravagancias. Tambien considero prudente alertar favorablemente al padre Versau respecto a la edad que aparentaba el visitante.
– Tiene un aire jovial, pero segun las informaciones de la policia, no es tan joven como parece a primera vista. -El consul anadio riendo-: Debe de ser por el efecto de algun reconstituyente que ha elaborado con sus plantas y que se toma con caracter experimental.
– ?Una panacea para conservar la juventud? -pregunto el padre Gaboriau, que habia recurrido toda su vida a jugos vegetales con un exito modesto.
– Supongo. ?Que otra cosa si no puede explicar que se conserve asi?
Siguieron hablando un rato mas sobre esa suerte de elixires hasta que aparecio un sirviente enviado por la senora, para anunciarles que el almuerzo estaba servido.
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