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Maalouf Amin - Los Jardines De Luz Los Jardines De Luz

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оксана2018-11-27
Вообще, я больше люблю новинки литератур
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Professor2018-11-27
Очень понравилась книга. Рекомендую!
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Vera.Li2016-02-21
Миленько и простенько, без всяких интриг
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ст.ст.2018-05-15
 И что это было?
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Наталья222018-11-27
Сюжет захватывающий. Все-таки читать кни
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Los Jardines De Luz - Maalouf Amin - Страница 20


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A veces tambien, los notables del lugar iban a ofrecerle regalos, ropas nuevas y monedas de oro. Estas brillaban en los ojos de Maleo, pero Mani, levantando las cejas, le advertia que no las tocara. Luego, se dirigia a sus bienhechores: «Acepto vuestro presente con gratitud; guardadlo en vuestra casa, bien a la vista, os recordara cada dia mi paso y os anunciara mi regreso».

De este modo, habian llegado a Charax alimentados y atendidos cada dia, no mas ricos que a la ida, pero tampoco mas pobres, puesto que Maleo no habia tenido que echar mano de su bolsa ni una sola vez. Habria admitido de buen grado que su precaucion habia sido inutil si no hubiera sido por ese proyecto de viaje por mar para llegar a la India. Por los caminos se puede encontrar alojamiento y pitanza en todas las etapas; en eso Mani habia tenido razon y las dudas de Maleo se habian revelado injustificadas. Pero en el mar, las cosas no podian presentarse de la misma manera; cada cual llegaba con sus provisiones, sobre todo en esa travesia hacia la India, donde el litoral estaba a menudo desierto y rara vez era hospitalario.

?Para cuanto tiempo habria que prever el avituallamiento? Maleo se lo habia preguntado al armador tirio. Si se navega a lo largo de las costas en contra de los vientos, el viaje puede prolongarse durante meses. Si uno se deja llevar por el monzon, se puede llegar al valle del Indo en solo tres semanas. Digamos treinta dias para tener en cuenta las inclemencias.

Treinta dias de viveres imperecederos para tres personas, calculaba Maleo, y, dirigiendo su mirada hacia la plazoleta mas proxima, llamo a dos porteadores que estaban sentados al pie de una fuente. Tenian costumbre de servir a los viajeros y le condujeron directamente al bazar del puerto, a la tienda de su proveedor habitual que, seguramente, tema unos precios mas ajustados, un nabateo natural de Petra, quien, con un guino, confirmo a sus ganchos su acostumbrada comision.

Despues de preguntar acerca del trayecto, el mismo hizo la lista de los comestibles necesarios. Para la primera mitad del viaje, huevos duros, tortas de pan, queso y pescado seco o prensado; para despues, cebada, espelta, lentejas, habas, judias y garbanzos; y por supuesto, dos tinajas de datiles prensados, unas ristras de cebollas y de ajos, aceitunas, miel, albaricoques secos, aceite, sal y diversos condimentos; sin olvidar el vino -dijo-, hay que llevar algunos pellejos que el capitan, si quiere agradaros, guardara semienterrados en la arena mojada que lastra la bodega, y que habra que beber en su compania.

– En cuanto a utensilios y recipientes, supongo que habreis comprado ya lo necesario para el viaje.

– No -se lamento Maleo-, solo teniamos un cantaro para beber.

– ?Y como cocinabais?

– No seria sencillo de explicar. Contabamos con la bondad del Cielo.

– Una forma como cualquier otra de viajar -comprobo el nabateo, acostumbrado a la mayor circunspeccion en materia de creencias-. ?Tomad, a pesar de todo, una olla y algo de lena!

Cuando despues de mucho regateo termino de comprarlo todo, Maleo tuvo que recurrir a un tercer porteador y luego a un cuarto; el mismo no se contento con ir abriendo paso y, al reunirse con sus companeros llevaba los brazos cargados de paquetes hasta la barbilla. Mani hablaba y hablaba y Pattig le escuchaba atentamente. El tirio hizo senas a los mozos de cuerda de que tuvieran paciencia y ellos depositaron su carga sin refunfunar esperando un aumento de la propina.

Cuando por fin se termino el discurso, Mani contemplo sin entusiasmo la mercancia alineada.

– Te has esforzado para nada.

Maleo prefirio callarse, no como lo habria hecho un discipulo ante su maestro, sino todo lo contrario, como un hermano mayor muy decidido a no contrariar mas a su inmaduro hermano menor. Y ademas, sin ser mas supersticioso que cualquier otro, sabia que dos amigos no deben nunca pelearse en el momento de hacerse a la mar.

?Quien seria el marinero desenganado que dio un dia a los tres escollos mas asesinos del Gran Mar el nombre inimitable de «Mi Seguridad y sus Hijas»? La denominacion habia pasado de boca en boca en las truculentas leyendas de todos los que navegan desde Canton a la Escalas de Abisinia. Son tres picachos sombrios que atraviesan la superficie del mar como una horca infernal, a menudo oculta por la oscuridad y la bruma. Los juncos los rodeaban prudentemente y algunas barcas de menor calado se escurrian entre ellos, audacia suicida de la que el fondo proximo guarda como recuerdo tantos restos de naufragios.

Para los companeros de Mani, la travesia era una sucesion de sustos. Apenas rebasado el estrecho que lleva el divino nombre de Ormuz, un alarido interrumpio con sobresalto la siesta de los viajeros:

– ?Ballenas! ?Ballenas!

Era un marinero natural de Susa quien habia dado la alerta, con la mano extendida hacia alta mar. El armador corrio junto a el y luego el capitan, preocupado ante todo de evitar que cundiese el panico entre los pasajeros y se precipitaran todos en tumulto hacia el mismo sitio, desequilibrando mucho mas el barco que las dos ballenas que venian directamente hacia ellos.

– ?Que todos permanezcan en su sitio, al primero que se levante le tiro por la borda!

Sin creer realmente en la amenaza, los viajeros se quedaron inmoviles. Despues de asegurarse de que habia sido obedecido, el capitan anadio:

– No perdais la calma, el casco es seguro. ?En todos los viajes nos atacan las ballenas y seguimos a flote!

Como para desafiarle, los animales rozaron la embarcacion, que cabeceo.

– ?Que traigan los batintines! -grito el capitan.

?Los batintines? De todos los pasajeros, nadie se sentia tan desamparado como Pattig. Siempre habia sabido que esos instrumentos se utilizaban en las iglesias a modo de campanillas, por lo que cayo de rodillas con las manos juntas, murmurando: «?Recemos, recemos, solo nos queda la oracion!». Sin embargo, la docena de batintines que trajo el carpintero debian de servir para otro oficio muy diferente. Los distribuyo entre la tripulacion y como quedaron dos, le dio uno a Maleo, recomendandole que se indinara por la borda y que golpeara el mazo contra el casco haciendo el mayor ruido posible. El cocinero del capitan vino en su auxilio blandiendo una bandeja de cobre que golpeaba con un cucharon. Poco a poco, todos se pusieron a hacer lo mismo, convirtiendo cada superficie en un gong sobre el que golpeaban y tamborileaban, al mismo tiempo que ululaban, silbaban y daban alaridos con tanto regocijo como terror. El estrepito resulto eficaz. Al cabo de unos minutos, observaron un chorro de agua que brotaba, a una milla aproximadamente, a estribor. Las ballenas habian huido y ya no las volverian a ver.

Mas inquietante fue la tromba que surgio al crepusculo del tercer dia. Al principio, no se vio mas que una nube blanca, pero minuto a minuto, fue creciendo, hinchandose y haciendose mas densa, hasta que empezo a girar cada vez mas deprisa, imitando el aspecto de un inmenso cuerno a punto de hundirse en el mar. Sin embargo, se produjo lo contrario, ya que, repentinamente, en aquel lugar preciso, el mar se puso a borbotar como una olla sobre el fuego, y, ?oh, prodigio!, la superficie del agua se levanto, atraida, aspirada por el remolino; ahora, se alzaba una columna de agua negra que subia y subia retumbando, y parecia que todo el mar iba a ser aspirado hacia el cielo.

Los pasajeros estaban petrificados. Verdad es que, a causa de la oscuridad, la tromba evocaba mucho mas a un monstruo del apocalipsis, una especie de gigantesco dragon suspendido entre el cielo y el mar, que a un trivial fenomeno acuatico. El propio armador estaba asustado y fue a sacar de su maleta un collar hecho con monedas de oro ensartadas que se puso alrededor del cuello. Un joven marinero desenvaino un puntiagudo punal y lo apunto hacia su garganta, como si solo esperara una senal para darse muerte. Y Pattig, prosternado de nuevo, comenzo a rezar otra vez.

Aquella noche, nadie durmio. Todo el mundo aguzaba el oido y escrutaba el horizonte sin descanso para comprobar si el peligro se acercaba. Dos hombres, solo dos hombres no se sentian dominados por el miedo. Primero el capitan, un viejo marino de Charax. Si para alejar a las ballenas habia tocado zafarrancho, cuando aparecio la tromba se contento con arriar velas. ?Que mas podia hacer? Sabia que la tromba se desplomaria, cerca o lejos, quiza en golpes de mar que harian zozobrar al barco o quiza en finas gotitas, salpicaduras inofensivas. A la espera del desenlace, deambulaba con paso apaciguador entre su inquieta grey. Todos le agarraban, le suplicaban, le apostrofaban y el se contentaba con prodigarles palabras de calma y a veces alguna mirada de altiva compasion.

En un momento dado, sus pasos le condujeron hacia Mani, y ya se disponia a soltarle la palabra precisa para reconfortarle, cuando fue el hijo de Babel quien le interpelo:

– ?Seras tu el unico hombre en esta cubierta que comparte mi serenidad?

En los ojos del capitan aparecio una especie de vacilacion. Esa inversion de papeles convertia de pronto en superfluas todas las formulas que tenia preparadas.

– ?Esas son palabras valientes que te honran! ?Quien eres tu, noble pasajero?

Le habian dicho ya el nombre de ese personaje, como el de cada uno de los otros veinte pasajeros, pero se suponia que esa pregunta devolveria la autoridad al hombre que mandaba.

Mani no se entretuvo en presentaciones.

– Tengo una mision que cumplir en la India y este barco me conduce a ella. Ninguna tromba, ningun escollo, ninguna ballena, ningun remolino interrumpira mi viaje. Es asi y el mar no puede impedirlo.

– ?Que alegria oir en semejante noche a un hombre tan seguro de si mismo! Se dice a menudo que el mar es asesino; yo jamas le he tenido miedo. El dia en que me muera, lo hare en mi casa de Charax, fulminado por alguna maldita fiebre. Pero en el agua, permanezco de pie, escupo sobre los peligros, se que no me puede pasar nada.

El hijo de Babel y el capitan, de pie y apoyados en la borda, continuaron hablando durante toda la noche, ya fueran relatos de gente de mar o predicas de letrados, cada uno de ellos escuchaba los discursos del otro sin cansancio y ambos prodigaban las mismas palabras de animo a los pasajeros que iban hacia ellos, ya que, en cubierta, todos seguian nerviosos y atemorizados. Sin embargo, la primera claridad del dia trajo el consuelo; la tromba se habia desvanecido a lo lejos sin dejar rastro ni causar estragos. El silencio azul de los mares del sur se alzaba al fin sobre la reverberacion de las olas, ahora arrepentidas.