Выбери любимый жанр

Вы читаете книгу


Maalouf Amin - Samarcanda Samarcanda

Выбрать книгу по жанру

Фантастика и фэнтези

Детективы и триллеры

Проза

Любовные романы

Приключения

Детские

Поэзия и драматургия

Старинная литература

Научно-образовательная

Компьютеры и интернет

Справочная литература

Документальная литература

Религия и духовность

Юмор

Дом и семья

Деловая литература

Жанр не определен

Техника

Прочее

Драматургия

Фольклор

Военное дело

Последние комментарии
оксана2018-11-27
Вообще, я больше люблю новинки литератур
К книге
Professor2018-11-27
Очень понравилась книга. Рекомендую!
К книге
Vera.Li2016-02-21
Миленько и простенько, без всяких интриг
К книге
ст.ст.2018-05-15
 И что это было?
К книге
Наталья222018-11-27
Сюжет захватывающий. Все-таки читать кни
К книге

Samarcanda - Maalouf Amin - Страница 12


12
Изменить размер шрифта:

– Desde vuestro primer encuentro, los guardias vinieron a advertirme. Invente una historia complicada para justificar sus visitas, ordene que no se la viera pasar y prohibi que fueran a despertarte por las mananas. No lo dudes ni un momento, ese pabellon es tu casa, quiero que lo sepas hoy y manana, pero tengo que hablarte de esa mujer.

Omar se siente molesto. No le gusta nada la manera que tiene su amigo de decir «esa mujer» y no tiene ningun deseo de discutir sus amores. Aunque calle ante su companero de mas edad, su rostro se cierra ostensiblemente.

– Se que mis palabras te disgustan, pero te dire hasta el final lo que tengo que decirte, y si nuestra amistad demasiado reciente no me da ese derecho, mi edad y mi funcion lo justifican. Cuando viste a esa mujer por primera vez en el palacio la miraste con deseo. Es joven y bella, su poesia te gusto y su audacia hizo que te ardiese la sangre. Sin embargo, frente al oro vuestras actitudes fueron diferentes. Ella se atiborro de lo que a ti te repugnaba. Ella actuo como una poetisa de la corte, tu como un hombre sabio. ?Hablaste con ella de esto despues?

La respuesta es no y, aunque Omar no ha dicho nada, Abu Taher la ha oido perfectamente. Prosigue:

– Con frecuencia, al principio de una relacion se evitan los temas delicados, se teme destruir ese fragil edificio que se acaba de elevar con mil precauciones, pero para mi lo que te separa de esa mujer es grave, esencial. No mirais la vida de la misma manera.

– Es una mujer y ademas es viuda. Se esfuerza por subsistir sin depender de un amo, no puedo por menos de admirar su valor. ?Y como reprocharle coger el oro que sus versos merecen?

– Lo comprendo -dice el cadi, satisfecho de haber conseguido arrastrar a su amigo a esa discusion-. Pero ?admites al menos que esa mujer seria incapaz de llevar otra vida que la de la corte?

– ?Quiza?

– ?Admites que para ti la vida de la corte es odiosa, insoportable y que no vivirias asi ni un instante mas de lo necesario?

Se produce un silencio embarazoso. Abu Taher termina por declarar preciso, firme:

– Te he dicho lo que debias oir de un verdadero amigo. Desde ahora no tocare mas este tema, a menos que seas tu el primero en hacerlo.

X

C uando llegan a Samarcanda estan agotados por el frio, el traqueteo de sus cabalgaduras y el malestar que se ha instalado entre ellos. Inmediatamente Omar se retira a su pabellon sin detenerse a cenar. Durante el viaje ha compuesto tres cuartetas que se pone a recitar en alta voz diez veces, veinte veces, sustituyendo una palabra, modificando un giro, antes de consignarlas en el secreto de su manuscrito.

Yahan llega de improviso antes que de costumbre y se desliza por la puerta entreabierta desprendiendose sin ruido de su chal de lana. Avanza de puntillas por detras. Omar esta ensimismado y ella le rodea subitamente el cuello con sus brazos. Pega su rostro al suyo y deja que caigan sobre sus ojos sus cabellos perfumados.

Jayyam deberia sentirse colmado. ?Puede un amante esperar mas tierna agresion? ?No deberia, a su vez, pasado el instante de sorpresa, rodear con sus brazos la cintura de su amada, abrazarla, estrechar contra su cuerpo todo el sufrimiento de la separacion, todo el calor del encuentro? Pero Omar se siente perturbado por esa intrusion. Su libro esta aun abierto ante el, hubiera querido esconderlo. Su primer reflejo es de soltarse y aunque se arrepiente inmediatamente, aunque su vacilacion solo ha durado un instante, Yahan, que ha notado esa duda y esa forma de frialdad, no tarda en comprender la razon. Mira el libro con desconfianza, como si se tratara de una rival.

– ?Perdoname! Estaba tan impaciente por verte que no pense que mi llegada podria molestarte.

Un pesado silencio los separa, pero Jayyam se apresura a romperlo.

– Es este libro ?sabes? Es verdad que no habia previsto ensenartelo. Siempre lo he ocultado en tu presencia, pero la persona que me lo regalo me hizo prometer que lo conservaria secreto.

Se lo tiende. Ella lo hojea algunos instantes aparentando la mayor indiferencia a la vista de esas escasas paginas emborronadas, diseminadas entre las decenas de paginas en blanco. Se lo devuelve con una expresiva mueca.

– ?Por que me lo ensenas? Yo no te he pedido nada. Por otra parte, nunca aprendi a leer; todo lo que se lo aprendi escuchando a los demas.

Omar no puede sorprenderse. En esa epoca no era raro que un poeta de calidad fuera analfabeto, lo mismo, por supuesto, que casi la totalidad de las mujeres.

– ?Y que hay tan secreto en ese libro? ?Formulas de alquimia?

– Son poemas que a veces escribo.

– ?Poemas prohibidos y hereticos? ?Subversivos?

Le mira con recelo, pero Omar se defiende riendose:

– No, ?que te estas imaginando? ?Tengo acaso alma acaso de conspirador? Solo son ruba'iyya t sobre el vino, sobre la belleza de la vida y su vanidad.

– ?Tu, ruba'iyyat ?

Se le escapa un grito de incredulidad, casi de desprecio. Las ruba'iyyat pertenecen a un genero menor, ligero e incluso vulgar, apenas digno de los poetas de los barrios bajos. Que un erudito como Omar Jayyam se permita componer de vez en cuando cuartetas, puede considerarse una diversion, un pecadillo, eventualmente una coqueteria; pero que se tome la molestia de consignar sus versos lo mas seriamente del mundo en un libro rodeado de misterio, resulta sorprendente e inquietante para una poetisa sometida a las normas de la elocuencia. Omar parece avergonzado; Yahan esta intrigada.

– ?Podrias leerme algunos versos?

Jayyam no quiere comprometerse mas.

– Podre leertelos todos un dia, cuando los juzgue dignos de ser leidos.

Ella no insiste, renuncia a seguir interrogandole, pero le lanza sin acentuar demasiado la ironia:

– Cuando hayas completado ese libro, evita ofrecerselo a Nasr Kan; no tiene mucha consideracion para los autores de ruba'iyvat . No te volveria a invitar jamas a sentarte junto a el en el trono.

– No tengo intencion de ofrecer ese libro a nadie, ni espero sacar ningun provecho de el; no tengo las ambiciones de un poeta de la corte.

Ella lo ha herido, el la ha herido. En el silencio que los envuelve, ambos se preguntan si no habran ido demasiado lejos, si no sera tiempo de rectificar para salvar lo que pueda aun salvarse. En ese instante no es por Yahan por quien Jayyam siente rencor, sino por el cadi. Se arrepiente de haberle dejado hablar y se pregunta si sus palabras no han turbado irremediablemente la mirada que dirige a su amante. Hasta ese momento si vivian en el candor y la despreocupacion, con el deseo comun de no evocar jamas lo que podria separarles. ?Me ha abierto el cadi los ojos a la verdad o solamente ha velado mi felicidad?, piensa Jayyam.

– Has cambiado, Omar; no sabria decir en que, pero hay en tu forma de mirarme y de hablarme un tono que no podria definir. Como si sospecharas que he cometido una mala accion, como si me guardaras rencor por alguna razon. No te comprendo, pero de pronto me siento profundamente triste.

El trata de atraerla hacia si, pero ella se separa vivamente.

– ?No es asi como puedes tranquilizarme! Nuestros cuerpos pueden prolongar nuestras palabras, pero no pueden sustituirlas ni desmentirlas. ?Dime que pasa!

– ?Yahan! ?Si decidieramos no hablar de nada hasta manana…!

– Manana ya no estare aqui. El kan abandona Samarcanda al amanecer.

– ?A donde va?

– A Kix, a Bujara, a Termez, no se. Toda la corte le seguira y yo con ella.

– ?No podrias quedarte en Samarcanda en casa de tu prima?

– ?Si solo se tratara de buscar excusas! Tengo mi sitio en la corte. Para ganarlo tuve que luchar como diez hombres. No lo abandonare hoy para retozar en el pabellon del jardin de Abu Taher.

Entonces, sin reflexionar verdaderamente, Omar dice:

– No se trata de retozar. ?No querrias compartir mi vida?

– ?Compartir tu vida? ?No hay nada que compartir!

Lo ha dicho sin ninguna acritud. Era solo una comprobacion, por otra parte no desprovista de ternura. Pero al ver el rostro horrorizado de Omar, le suplica que la perdone y solloza.

– Sabia que esta noche lloraria, pero no con estas lagrimas amargas; sabia que ibamos a separarnos por mucho tiempo, quiza para siempre, pero no con estas palabras ni con estas miradas. No quiero llevarme del mas bello amor que he vivido el recuerdo de estos ojos de un extrano. ?Mirame, Omar, una ultima vez! Recuerda, soy tu amante, tu me has amado, yo te he amado. ?Me reconoces aun?

Jayyam la rodea con un abrazo lleno de ternura. Suspira.

– Si al menos tuvieramos la oportunidad de explicarnos, se que esta estupida disputa se desvaneceria, pero el tiempo nos acosa, nos conmina a jugarnos nuestro porvenir en estos minutos llenos de confusion.

A su vez, siente sobre su rostro la huida de una lagrima. Una lagrima que desearia ocultar, pero Yahan lo abraza salvajemente pegando su rostro al suyo.

– Puedes ocultarme tus escritos, no tus lagrimas. Quiero verlas, tocarlas, mezclarlas con las mias, quiero conservar sus huellas sobre mis mejillas, quiero conservar su sabor salado sobre mi lengua.

Se diria que intentan desgarrarse, ahogarse, aniquilarse. Sus manos enloquecen, sus ropas se esparcen. Incomparable noche de amor la de dos cuerpos incendiados por lagrimas ardientes. El fuego se propaga, los envuelve, se enrosca a ellos, los embriaga, los abrasa, los fusiona piel contra piel hasta el limite del placer. Sobre la mesa, un reloj de arena fluye gota a gota, el fuego amaina, vacila, se apaga, una sonrisa jadeante permanece rezagada. Durante largo rato se respiran. Omar murmura, a ella o al destino que acaban de desafiar:

– Nuestro enfrentamiento no ha hecho mas que empezar.

Yahan lo abraza con los ojos cerrados:

– No me dejes dormir hasta el alba…