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Kretser Michelle de - La Joven De Las Rosas La Joven De Las Rosas

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оксана2018-11-27
Вообще, я больше люблю новинки литератур
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Professor2018-11-27
Очень понравилась книга. Рекомендую!
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Vera.Li2016-02-21
Миленько и простенько, без всяких интриг
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ст.ст.2018-05-15
 И что это было?
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Наталья222018-11-27
Сюжет захватывающий. Все-таки читать кни
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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de - Страница 32


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Era cierto que en un triste dia de octubre, el lugubre edificio gris provocaba a quienes tenian asuntos que atender alli un escalofrio que su interior surcado por corrientes de aire -y sobrecargado de dorados y espejos enmohecidos- no hacia nada por disipar. Con todo, Luzac siempre era partidario de que se reunieran en el ayuntamiento en lugar de en la Victoire; el terreno ofrecia pequenas ventajas que no le eran indiferentes. Habia hecho esperar a los demas hombres en la antecamara, por ejemplo, mientras un secretario les informaba que el alcalde estaba atendiendo un papeleo importante que requeria su inmediata atencion. Tras un intervalo apropiado, el secretario los hizo pasar a la oficina de l.uzac, donde este se levanto a medias de detras de una impresionante extension de roble brillante y no hizo mas esfuerzo por recibirlos, dejando que se acomodaran por la habitacion lo mejor que pudieran.

Esa tarde solo eran cuatro. Mercier habia alegado varias decimas y un periodico que sacar al dia siguiente. Ricard, maniobrando para encajar la mole de su cuerpo en una esbelta silla municipal, comento que el tambien tenia sus achaques. Ante lo cual Chalabre movio su silla todo lo lejos del carnicero y todo lo cerca del alicaido fuego que le fue posible.

Joseph, que miraba alrededor con creciente consternacion en busca de una jarra o vasos, no pudo evitar sonreir. Chalabre y su mujer gozaban de perfecta salud, pero eran unos hipocondriacos inveterados. Al menos una vez a la semana les hacia una visita profesional a uno u otro.

– La reunion de ayer me parecio lamentable en extremo. -Ricard, sin mirar a nadie en particular, se concentro en su pipa-. La discordia entre nosotros solo fortalece a nuestros adversarios.

Joseph enseguida estallo.

– La discordia es la unica opcion honrada cuando se asesina a sangre fria a ciudadanos indefensos…

– ?Si, ya le oimos anoche! -El semblante palido de Luzac se alzo desde la barricada de su escritorio-. Estamos aqui para discutir que medidas deberia tomar el municipio para rectificar la… situacion.

Luzac sabia, como todos, que el municipio aprobaria las resoluciones que se votaran en el club. Como siempre, el proposito de lo que el alcalde llamaba sus «reuniones informales» era determinar tales resoluciones. Pero habia que guardar las apariencias. Ademas, invocar a la autoridad municipal era una manera de recordar a Joseph que, a diferencia del resto, el no tenia ningun cargo en el ayuntamiento.

Ricard intervino.

– No vamos a ganar nada… -miro a Joseph- repitiendo de nuevo las quejas. El clima caldeado de la reunion era bastante evidente.

La noche anterior, un discurso vehemente tras otro habian denunciado la matanza de los prisioneros. Hubo quienes, Luzac entre ellos, hablaron de conspiraciones monarquicas, purgas necesarias y «las acciones bien intencionadas pero inmoderadas de los ciudadanos patrioticos». Pero la mocion, propuesta por Joseph, de condenar las matanzas habia sido aprobada por una clara mayoria.

– Me abstuve de votar porque no deseo alentar la discordia-continuo Ricard-. Aun asi, hay que hacer algo para disipar los temores de que la Revolucion justifica las matanzas indiscriminadas.

– Un momento. -Luzac se echo hacia delante todo lo que se lo permitio su tripa-. La semana anterior al… incidente era usted quien soltaba discursos sobre que nuestras prisiones estaban llenas de conspiradores esperando la oportunidad de levantarse contra virtuosos ciudadanos. ?Y que hay del editorial de Mercier pidiendo vengarse de los traidores dentro de nuestras puertas? «El arbol de la Libertad crece con fuerza en sangre impura»… ?No es asi como lo expreso?

– Espero que no este sugiriendo que somos responsables de lo que ocurrio en el convento. -Ricard miraba a Chalabre.

El abogado se movio.

– Un comite de investigacion… eso es lo que aconsejo. Entrevistas a testigos, declaraciones de los supervivientes, registros domiciliarios, interrogatorios de los sospechosos, ordenes, informes, referencias, recomendaciones. -Miro a Ricard, sentado al otro lado de la mesa, y sonrio ensenando sus dientes torcidos hacia dentro-. Solo el papeleo llevara meses.

– Excelente. Excelente, mi querido Chalabre. -La cabeza de Luzac se meneo por encima del escritorio como un ganso de feria esquivando los aros de madera arrojados por los espectadores.

– Atendi al hombre que se tiro de una ventana. -Joseph se habia propuesto no levantar la voz, pero alli estaba-. Era constructor de barcos. Toco un poco de dinero e intento montar su propio negocio. Cuando no pudo pagar sus deudas, los administradores le confiscaron todo y lo metieron en la carcel. No era un espia ni un traidor. Trato de alistarse, pero lo rechazaron por demasiado bajo. Era inocente.

– Si. Por eso vamos a seguir adelante con este asunto. -Ricard sostuvo la mirada de Joseph-. Pero debemos hacerlo debidamente, asegurarnos de que se sigue lo que los abogados llaman el procedimiento debido. No queremos arrestar a quien no lo merece, ?verdad?

– Oh, no -dijo el-, y tampoco querriamos que nada alterara las elecciones del mes que viene.

Al cabo de un rato, Ricard dijo:

– Si no podemos fiarnos los unos de los otros… -Abrio despacio las manos, como si algo se desprendiera de ellas.

?Quien no habia experimentado panico en aquellas semanas opresivas en que todas las noticias acerca de la guerra habian sido malas? Joseph recordaba noche tras noche de insomnio, con el miedo bajandole por la columna vertebral mientras trataba de no pensar en el manifiesto de los prusianos y lo que prometia a todos los que no se habian opuesto de forma activa a la Revolucion. Miro a Ricard, hundido en su asiento, y deseo decir que por supuesto nadie le responsabilizaba a el de las matanzas.

Pero el rumor se estaba propagando por la ciudad como una epidemia. Se endurecio.

– ?Es cierto que se presentaron aqui, en el ayuntamiento, dos hombres exigiendo que les pagaran lo que les habian prometido por el trabajo de esa noche en la prision?

– ?Bobadas! -exclamo Luzac, acariciandose su manga vacia.

Chalabre mantuvo la mirada clavada en las exangues llamas que luchaban por sobrevivir en la enorme chimenea.

– Pero la clase de hombres capaces de hacer tales afirmaciones… Se me ocurre Durand. Y ese amigo suyo de los barcos… ?Lagarde? ?Lebrun?

Luzac se humedecio los labios.

– Legrand.

– Eso es. -Chalabre saco del bolsillo una bufanda de terciopelo y se la enrollo melindrosamente al cuello. Esa era la otra particularidad del abogado; siempre iba impecablemente arreglado, planchado, almidonado. Tenia predileccion por los tejidos suntuosos de tonos intensos, y contaba con un sastre excelente. Joseph comprendia que era injusto, ademas de irrazonable, guardar rencor a un hombre por su elegancia en el vestir; asi y todo, reparo en esa bufanda.

– Hace varios anos Durand y Legrand estuvieron empleados en uno de mis talleres. -El alcalde empezo a tamborilear con los dedos en el escritorio-. ?Alborotadores! Por eso me fije en ellos.

– Y tal vez se vio obligado a despedirlos -dijo Ricard- y ahora estan tratando de vengarse difundiendo esos embustes.

– ?Eso es! -Dio unas palmaditas a su hoja de papel secante-. ?Exacto!

– En fin, un comite llegaria sin duda a la misma conclusion.

Luzac se reclino en la silla, desinflado.

Joseph estaba seguro de saber lo que habia ocurrido. Con las elecciones tan proximas, el alcalde se habria sentido inquieto por su cargo. Las noticias de las derrotas del ejercito revolucionario, el temor general a un levantamiento monarquico, la prision atestada de sospechosos politicos… todo ello habria tomado forma en su mente como una oportunidad caida del cielo para deshacerse de la macula del conservadurismo que lo habia atormentado todo el verano. Tal vez lo habia decidido una nimiedad: un encuentro fortuito, una cara de dudosa reputacion reconocida al otro lado de la calle, un antiguo empleado que le habia dado un empujon al salir del teatro. Probablemente no habia querido mas que la muerte ejemplar de unos pocos curas; eso le habria supuesto sin duda votos. Pero habria sido muy propio de Luzac dar instrucciones tan elaboradamente cautelosas que resultaran incomprensibles; muy propio de el escoger a hombres con quienes se podia contar que lo estropearian todo.

Una cosa era segura: el no iba a quedarse de brazos cruzados mientras Ricard y Chalabre permitian que el alcalde se zafara.

– Insisto en que esta investigacion sea dirigida por alguien imparcial. No por algun lacayo complaciente.

Chalabre estornudo. Un par de veces. Se sujeto los pliegues de seda dorada y roja contra la nariz y fulmino a todos con la mirada.

– Habia pensado en Saint-Pierre -dijo Ricard en voz baja-. No hay ningun indicio de que sea, como dice usted, un lacayo complaciente.

Joseph inclino la cabeza; sabia que merecia el rapapolvo.

Chalabre levanto la vista del panuelo cuyo contenido estaba inspeccionando y asintio.

– Lo siento -dijo Joseph-, no era mi intencion implicar…

– Todos estamos afectados por el terrible incidente -dijo el carnicero con ligereza-. Es facil dejar de ver las cosas objetivamente.

Sobre el fondo del cielo incoloro, una mancha escarlata se aproximaba a los tejados del oeste. Joseph penso en Sophie acercandose a el en la boda, apartandose el pelo de los ojos. En ese preciso momento ella estaria probablemente riendo bobamente por algo que decia el norteamericano.

– Un momento. -Luzac, pasandose la lengua por los labios, hojeaba una pila de archivos. Se necesitaba autocontrol para no intervenir y ayudarle a buscar lo que con tanta torpeza buscaba. Lo observaron, tensos.

El alcalde retiro por fin una hoja de papel, le echo un vistazo y la blandio hacia ellos.

– Una carta de Saint-Pierre, exigiendo que los responsables de los… sucesos paguen por sus culpas.

– No me sorprende. Uno de mis hombres lo denuncio armando alboroto fuera del convento mientras retiraron los cadaveres. -Chalabre atizo una vez mas el fuego-. ?Esta resuelto entonces? Deberiamos volver a casa. Estas tardes humedas de otono son sumamente peligrosas para los pulmones.

– ?No lo ven? -exclamo Luzac-. Saint-Pierre no es imparcial, esta comprometido.

– Oh, no lo creo. -Ricard miro con fijeza al alcalde-. Su oposicion a la matanza es precisamente la ventaja que usted necesita. Indica a todos los que estan preocupados que usted no tiene nada que temer, nada que ocultar. Me atreveria a decir que practicamente le garantiza la reeleccion.