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Rambaud Patrick - La batalla La batalla

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оксана2018-11-27
Вообще, я больше люблю новинки литератур
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Professor2018-11-27
Очень понравилась книга. Рекомендую!
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Vera.Li2016-02-21
Миленько и простенько, без всяких интриг
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ст.ст.2018-05-15
 И что это было?
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Наталья222018-11-27
Сюжет захватывающий. Все-таки читать кни
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La batalla - Rambaud Patrick - Страница 20


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– Si, hombre…

– ?Y entonces?

– Los austriacos van a atacar, ya que el emperador asi lo cree, y a partir de ahora seras mas util en tu division.

– Eso es precisamente lo que habia comprendido, mi coronel.

– No soy yo quien decide.

– Lo se. Nadie decide.

– Coge tus cosas…

El tirador regreso al campamento de oficiales, recogio su equipo, examino sus armas y cartuchos y partio hacia el puente pequeno que unia la isla a la orilla izquierda, sin volverse. Lejeune habria querido gritarle que el no tenia nada que ver con aquello, pero eso no era del todo cierto, por lo que se callo, desolado, como si hubiera traicionado la confianza de un buen muchacho. Sin embargo, tanto alli como en la espesura de Aspern, donde Paradis iba a reunirse con la division Molitor, todos arriesgaban la piel.

– ?Ah, se mueven! ?Por fin! ?Id terminando!

Inquieto y satisfecho a la vez, con esa excitacion que precede a los combates antes de que corra la sangre, Berthier presto su anteojo a Lejeune para asegurarse de que no tenia telaranas en los ojos. Estaban en lo alto del campanario de Essling, desde donde se abarcaba toda la planicie. Lejeune lo constato: el ejercito austriaco recorria la planicie al paso, en una linea de arco de circulo.

– ?Avisad de inmediato a Su Majestad!

Lejeune bajo corriendo los peldanos de madera de la escalera de caracol, corriendo el riesgo de golpearse contra una viga y engancharse los pies con las espuelas, cruzo la iglesia corriendo, salio por el gran portico abierto y encontro al emperador en la plaza, sentado en un sillon, los codos sobre una mesa en la que habia desplegado un mapa preciso de la region que indicaba el menor relieve y casi los senderos ocultos por las mieses demasiado altas.

– Sire!-grito Lejeune-.

– ?Que hora es?

– Mediodia.

– ?Donde estan?

– ?En las colinas!-?Bravo! No estaran ahi antes de una hora.

El emperador se levanto frotandose las manos y, de buen humor, pidio su sopa con macarrones proporcionada por una cantina ambulante. Los marmitones avivaron el fuego de los braseros para recalentar el caldo y echaron la pasta ya cocida, aguijoneados por el emperador porque la comida no estaba lista. Berthier se presento a su vez para confirmar la noticia.

?Los austriacos avanzan!

– ?Todo esta en su lugar? -pregunto Napoleon.

– Si, Sire.

Entonces se tomo la sopa, solto un juramento porque quemaba, se vertio un poco en el menton, reclamo a gritos el parmesano que se habian olvidado de servirle y entrecerro los ojos para saborear mejor, no el plato, sino sus pensamientos. A su alrededor, los oficiales le contemplaban, de repente tan tranquilo, y la sangre fria de su senor les devolvia la confianza, aunque tuvieran un nudo en la garganta antes de entrar en combate. Habian recibido unas ordenes claras, y tenian que cumplirlas al pie de la letra porque todo parecia previsto, incluso la victoria. El emperador conocia la habilidad estrategica del archiduque Carlos, su talento de organizador y sus vacilaciones, y por lo tanto sabria aprovecharse de todo ello. Obedeciendo a una senal, Berthier vertio chambertin en el vaso. En aquel momento Perigord llego a la plaza, extenuado, salto del caballo humeante y anuncio: -Sire, el puente grande acaba de soltarse.

El emperador barrio con la manga la sopa y el vino, y se levanto enfurecido.

– ?Quien me ha endilgado semejantes majaderos? ?A esos pontoneros hay que fusilarlos por desercion delante del enemigo, eso es lo que se merecen!

– Sed mas preciso -pidio Berthier a su edecan.

– Vereis -dijo Perigord, recobrando el aliento-, ha habido una crecida repentina, el agua ha subido demasiado rapido…

– ?Y eso no estaba previsto? -rugio el emperador.

– Si, Majestad, pero lo que no estaba previsto es que los austriacos, apostados lejos, corriente arriba, en un meandro del rio, lanzaran contra nuestro puente barcas cargadas de piedras que han destrozado los maderos, roto las amarras…

– Incapaci! ?Incapaces!

El emperador iba de un lado a otro, vociferando. Se detuvo y agarro a Lejeune por el dorman de piel.

– ?Vos habeis pertenecido al cuerpo de ingenieros! ?Id a colocar de nuevo ese puente!

Los oficiales tradujeron la situacion: mas puente practicable significaba mas contacto con la orilla derecha, el revituallamiento, las municiones, las tropas que llegarian de Viena y el ejercito de Davout. Lejeune saludo, monto en el primer caballo a mano, el de Perigord, quien ante la urgencia no oso protestar, y se alejo, apretando el paso de la montura. El emperador deslizo una mirada circular y aviesa a los presentes y dijo en un tono helado:

– ?Por que os quedais clavados en el suelo como espantapajaros? ?Este contratiempo no cambia nada! ?Volved a vuestros puestos, massa d i cretini! ?No servis para nada!

Luego converso en privado con Berthier, subitamente aplacado, como si hubiera fingido su colera, y le dijo:

– Si han advertido al archiduque del accidente, y deben de haberlo hecho, querra aprovecharse. Va a precipitar el movimiento y atacarnos en masa, porque imagina que estamos bloqueados en la orilla izquierda.

– Le recibiremos, Sire.

– ?Los muy idiotas! ?El Danubio esta de nuestra parte!

– Ojala pudiera oiros, Sire -mascullo el jefe de estado mayor.

– ?Perigord! -llamo el emperador-. Avisad al senor duque de Rivoli que los austriacos pueden aparecer a lo largo de ese meandro del Danubio que termina en Aspern…

Perigord tambien tomo prestado el primer caballo disponible, que por suerte estaba mas fresco que el suyo, y partio para comunicar la orden al mariscal Massena. El emperador le vio alejarse entre los bosquecillos, sonrio y murmuro a Berthier:

– Si lanzan embarcaciones para destrozar nuestro puente grande, Alexandre, es que ya se han instalado junto al Danubio. -Por lo menos una vanguardia…

– ?No! Venid.

Napoleon empujo a su jefe de estado mayor hacia la mesa, dio la vuelta al mapa y, en el reverso, garabateo un plano a lapiz. Berthier miraba y escuchaba.

– Carlos envia tropas a traves de la planicie, es la flecha A. -Solo se les ve a ellos.

– ?Exactamente! Entretanto, desde el Bisamberg, ahi, arriba y a la izquierda de mi plano, donde sabemos que los austriacos acampan desde hace dias, envia otro ejercito, sin duda mas imponente, con canones, que avanza a lo largo del Danubio: es la flecha B. Esperan llegar detras de Aspern, atacar por sorpresa cuando les esperamos en otra parte, precipitarse detras de nuestras lineas, rodearnos…

El emperador siguio garabateando con el lapiz y su plano se iba convirtiendo en un embrollo indescifrable, pero Berthier habia comprendido.

Cuando cabalgaba rodeando un bosquecillo, Lejeune reconocio por sus penachos a los tiradores de Molitor. No queria retrasarse, pues en primer lugar no tenia tiempo que perder, y luego no quena encontrarse cara a cara, por un azar desagradable, con el soldado Paradis, quien tanto habia esperado permanecer al lado del estado mayor y lejos del fuego. ?Como explicarle que Berthier se habia mostrado muy firme?: «Nada de favoritismos, Lejeme, y cada uno en su puesto. Enviad a su regimiento a vuestro cazador de conejos. ?Nada de malos ejemplos!». Lejeune no habia sabido responderle. En aquella fase de los acontecimientos, ?para que diablos podia servir un explorador? Habia necesidad de artilleros y tiradores. Cierto que obedecer no borraba los remordimientos, pero la accion iba a barrerlo todo.

El coronel franqueo al paso el puente pequeno batido por el oleaje. El Danubio habia crecido mucho, los tablones vacilaban y su caballo metia los cascos en los charcos. En la isla pudo seguir de nuevo el curso del rio, y descubrio la catastrofe en el otro lado. El gran puente flotante estaba abierto por el medio y las fuertes olas que penetraban por la brecha seguian arrancando vigas. Las amarras se rompian una tras otra, demasiado tensas, y una parte de la obra corria el riesgo de ir a la deriva, pese a los esfuerzos de los pontoneros y los zapadores requeridos. Por medio de varas, bicheros, hachas y mangos de piqueta intentaban apartar las barcas lastradas con cascotes que los austriacos lanzaban a la corriente. Una de esas embarcaciones habia encallado en la ribera de la isla y Lejeune la examino. Era una barca pequena, triangular y de bastante calado, que habian llenado de voluminosos pedruscos. Debido a su forma, habia navegado dando vueltas y choco a gran velocidad, por todos sus angulos, con las embarcaciones encadenadas que sostenian el puente grande en la superficie del Danubio. Lejeune se dijo que habia sido una locura tender a toda prisa un puente flotante sobre un rio en crecida. Ahora el enemigo se aprovechaba, y con razon, pues era facil. Echo pestes contra aquella chapuza por falta de tiempo, pero jamas se habria atrevido a decirselo a alguien. Habrian debido esperar a que el Danubio se apaciguara y volviera a encontrar su curso, dos semanas, un mes como mucho, y tender un puente solido con postes clavados en el fondo. Estas especulaciones no servian para nada. Tenia que dirigir los trabajos de reparacion, encontrar el medio de dispersar en las riberas las barcas y los troncos de arbol que enviaban los austriacos para destruir el fragil puente.

Con cierto cansancio, Lejeune se quito los adornos del uniforme que podian ser un estorbo, y los dejo caer sobre la hierba: el sable, el casco, el portapliegos. Diviso a un oficial de ingenieros que se afanaba en desviar una de aquellas terribles barcas triangulares, con diez hombres que sostenian un grueso madero para detenerla, y aguardaban el choque. La veloz embarcacion choco con aquella especie de ariete improvisado, los hombres soltaron su presa, cuatro de ellos cayeron tumultuosamente al agua, pero lograron aferrarse a los postes y pontones todavia sujetos, golpeandose, gritando, tragando el agua fangosa, pero el proyectil derivo y volco en la isla.

– ?Capitan!

El oficial de ingenieros, empapado, con el mostacho goteante, tomo la mano que Lejeune le tendia y se alzo sobre el puente. No pidio nada y se puso a las ordenes del enviado del estado mayor con pantalones rojos. Eso le aliviaba.

– ?Cuantas de nuestras barcas de sosten se han llevado, capitan?

– Una decena, mi coronel, y no hay manera de encontrar otras.

– Lo se. Vamos a construir balsas.

– ?Balsas? ?Para eso se necesitan horas!

– ?Teneis otra solucion?

– No.

– Reunid a vuestros hombres.