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Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel - Страница 18
En aquel grado de profundidad la naturaleza femenina de Speranza se cargaba con todos los atributos de la maternidad. Y como, al debilitarse los limites del espacio y del tiempo, se le permitia a Robinson sumergirse como nunca antes en el dormido mundo de su infancia, estaba obsesionado por su madre. Se creia en brazos de su madre, mujer fuerte, espiritu excepcional, pero poco comunicativa y ajena a las efusiones sentimentales. No recordaba que ella les hubiera abrazado una sola vez ni a sus cinco hermanos y hermanas, ni a el mismo. Y, sin embargo, aquella mujer era lo contrario a un monstruo de sequedad. Para todo lo que no concernia a sus hijos, era incluso una mujer corriente. La habia visto llorar de alegria al encontrar una joya de familia que habia sido inencontrable durante un lustro. La habia visto perder la cabeza el dia en que su padre se habia desmoronado bajo la presion de una crisis cardiaca. Pero cuando se trataba de sus hijos, se convertia en una mujer insipida , en el sentido mas elevado de la palabra. Muy aferrada, como el padre, a la secta de los cuaqueros, rechazaba la autoridad de los textos sagrados tanto como la de la Iglesia papista. Con gran escandalo de sus vecinos, consideraba la Biblia como un libro dictado por Dios, desde luego, pero escrito por mano humana y muy desfigurado por las vicisitudes de la historia y las injurias del tiempo. ?Cuanto mas pura y mas viva que aquellos galimatias venidos del fondo de los siglos era la fuente de sabiduria que sentia brotar en su interior! Alli, Dios hablaba directamente a su criatura. Alli, el Espiritu Santo le dispensaba su luz sobrenatural. Por tanto, su vocacion de madre se confundia para ella con aquella fe apacible. Su actitud con respecto a sus hijos tenia algo de infalible que les confortaba mas que cualquier otra demostracion. No les habia abrazado ni una sola vez, pero leian en su mirada que sabia todo acerca de ellos, que experimentaba sus alegrias y sus penas con mas fuerza aun que ellos mismos y que, para servirles humildemente, disponia de un inagotable tesoro de dulzura, lucidez y coraje. Cuando visitaban a sus vecinas, sus hijos se sorprendian ante la alternancia de coleras y efusiones, de guantadas y abrazos que aquellas mujeres gritonas y agotadas dispensaban a su progenie. Su madre, en cambio, siempre igual a si misma, tenia imperturbablemente la palabra o el gesto adecuado para mejor calmar o alegrar a sus pequenos.
Un dia que el padre estaba ausente de la casa, se produjo un fuego en el almacen de la planta baja. Ella se encontraba en el primer piso con los ninos. El incendio se propago con una alarmante rapidez en aquella casa de madera que contaba con varios siglos de existencia. Robinson solo tenia unas semanas; su hermana mayor podia tener unos nueve anos. El insignificante panero, que se habia dado prisa en volver, estaba arrodillado en la calle ante la hoguera y suplicaba a Dios para que toda su familia hubiera salido de paseo, cuando de pronto vio a su esposa emerger tranquilamente de un torrente de llamas y humo: cual un arbol doblado bajo el peso de sus frutos, llevaba a sus seis hijos indemnes sobre sus hombros, en sus brazos, a su espalda, colgados de su mandil. Y era bajo aquel aspecto como Robinson reavivaba ahora el recuerdo de su madre, pilar de verdad y bondad, tierra acogedora y firme, refugio de sus terrores y de sus penas. Al fondo del alveolo habia recuperado algo de aquella ternura impecable y seca, de aquella solicitud infalible y sin efusiones inutiles. Veia las manos de su madre, sus grandes manos, que jamas acariciaban ni golpeaban, tan fuertes, tan firmes, de tan armoniosas proporciones que se parecian a dos angeles: una fraternal pareja de angeles actuando al unisono segun la inspiracion. Aquellas manos amasaban una pasta cremosa y blanca, porque era la vigilia de la Epifania. Al dia siguiente los ninos se repartirian un bizcocho de alaga en el que previamente se escondia un haba en un saliente de la corteza. El era aquella pasta blanda prisionera en un puno de piedra omnipotente. Era aquel haba, presa en la carne maciza e inconmovible de Speranza.
El resplandor repercutio otra vez alcanzando aquella zona recondita donde flotaba el, cada vez mas desencarnado por el ayuno. Pero en aquella noche lechosa su efecto le parecio invertido : durante una fraccion de segundo la blancura ambiente se oscurecio y luego recupero en seguida su pureza de nieve. Se hubiera dicho que una ola de tinta habia reventado en la entrada de la gruta para volver a retirarse al instante sin dejar la menor huella.
Robinson tuvo el presentimiento de que era preciso romper el encanto si queria volver a contemplar el dia. La vida y la muerte se hallaban tan proximas la una a la otra en aquellos lugares lividos que debia bastar un instante de perdida de atencion, un desfallecimiento de la voluntad de supervivencia para que se produjera un deslizamiento fatal de un limite al otro. Se separo del alveolo. No estaba en realidad ni anquilosado, ni debilitado, sino mas bien ligero y como espiritualizado. Se izo sin esfuerzo por la chimenea en la que floto como un ludion. Tras llegar al fondo de la gruta, volvio a encontrar a tientas sus vestidos, que coloco como una bola bajo el brazo, sin perder tiempo en vestirse. La oscuridad lactea persistia en torno suyo, cosa que no dejaba de inquietarle. ?Se habria vuelto ciego durante su larga estancia subterranea? Avanzaba titubeando hacia el orificio, cuando una espada de fuego le golpeo repentinamente en el rostro. Un dolor fulgurante le devoro los ojos. Cubrio su rostro con sus manos.
El sol del mediodia hacia vibrar el aire alrededor de los penascos. Era la hora en que hasta los mismos lagartos buscan la sombra. Robinson caminaba medio encorvado, mientras temblaba de frio y apretaba uno contra otro sus muslos humedos de leche cuajada. Su desvalidez en medio de aquel paisaje de zarzas y silex cortantes le colmaba de horror y de verguenza. Estaba desnudo y blanco. Su piel se granulaba en carne de gallina, como la de un erizo asustado que hubiera perdido sus puas. Su sexo humillado se habia encogido. Entre sus dedos se filtraban pequenos sollozos, agudos como grititos de raton.
Mal que bien avanzo hacia la residencia, guiado por Tenn, que danzaba en torno suyo, feliz por haberle encontrado de nuevo, pero desconcertado ante su metamorfosis. En la penumbra tranquilizadora de la casa, lo primero que hizo fue poner en marcha la clepsidra.
Log-book .- Me hallo todavia lejos de poder apreciar el justo valor de este descenso y esta estancia en el seno de Speranza. ?Es un bien? ?Es un mal? Sera todo un proceso que habra que instruir, para el que me faltan todavia las piezas principales. Es verdad que el recuerdo de la cienaga me llena de inquietud: la gruta tiene un indiscutible parentesco con ella. ?Pero no ha sido siempre el mal el mono de imitacion? Lucifer imita a Dios a su manera, que es artificio. ?La gruta es acaso un aspecto nuevo y mas seductor de la cienaga, o es mas bien su negacion? Es cierto que, lo mismo que la cienaga, provoca en mi los fantasmas de mi pasado y la ensonacion retrospectiva en que me sumerge apenas es compatible con la lucha cotidiana que sostengo para mantener a Speranza en el mas alto grado posible de civilizacion. Pero mientras que la cienaga me hacia obsesionarme con mi hermana Lucy, ser tierno y efimero -morbido, en una palabra-, la gruta me lleva hacia la figura elevada y severa de mi madre. ?Fascinante proteccion! Me inclinaria a creer que aquel gran caracter deseando acudir en ayuda del mas amenazado de sus hijos no ha tenido mas remedio que encarnarse en la misma Speranza para mejor llevarme consigo y alimentarme. Desde luego, la prueba es dura y mas todavia el retorno a la luz que la permanencia en las tinieblas. Pero me veo tentado a reconocer en esta benefica disciplina los modos de mi madre, que no concebia progreso que no fuera precedido -y como pagado- por un esfuerzo doloroso. ?Y que reconfortado me siento por este retiro! Mi vida de ahora en adelante reposa sobre un pedestal de una solidez admirable, anclado en el corazon mismo de la roca y en contacto directo con las energias que alli duermen. Siempre habia habido en mi antes algo de flotante, de mal equilibrado, que era manantial de nausea y de angustia. Yo me consolaba sonando con una casa, la casa en la que habria podido terminar mis dias y me la imaginaba construida en bloques de granito, maciza, inamovible, sostenida por formidables cimientos. Pero ya no tengo mas ese sueno. Ya no lo necesito.
Esta escrito que no se entra en el Reino de los Cielos si uno no se hace semejante a un nino pequeno. Nunca palabra del Evangelio se habra aplicado mas al pie de la letra. La gruta no solo me aporta el cimiento imperturbable sobre el cual puedo en lo sucesivo asentar mi pobre vida. Es tambien un retorno a la inocencia perdida que cada hombre llora secretamente. Reune como por milagro la paz de las dulces tinieblas matriciales y la paz sepulcral: el mas aca y el mas alla de la vida.
Robinson realizo aun algunos retiros en el alveolo, pero fue apartado de el por la recoleccion y la siega del heno, que no podian aguardar. Los resultados fueron tan mediocres que se alarmo. Indudablemente su abastecimiento y la subsistencia de sus rebanos no se veian amenazados, porque la isla estaba explotada de tal modo que podia asegurar la vida de toda una poblacion. Pero se podia percibir un desequilibrio en las relaciones especialmente sensibles que mantenia con Speranza. Le parecia que las nuevas fuerzas que henchian sus musculos, aquella alegria primaveral que le hacia entonar un himno de accion de gracias al despertarse cada manana, aquella lozania dichosa que extraia del fondo de la gruta, eran descontados de los recursos vitales de Speranza y disminuian peligrosamente su energia intima. Las generosas lluvias, que habitualmente bendecian la tierra tras el gran esfuerzo de la recoleccion, permanecian suspendidas en un cielo plomizo, estriado por los relampagos siempre amenazadores, pero avaro y arido.
Algunos acres de verdolagas, que proporcionaban una ensalada jugosa y grasa, se secaron antes de llegar a madurar. Varias cabras alumbraron cabritos muertos. Un dia Robinson vio elevarse una nube de polvo al paso de una manada de jabalies en medio de los pantanos de la costa oriental. Por ahi concluyo que la cienaga habia debido desaparecer y experimento una tremenda satisfaccion con la idea. Pero los dos manantiales de donde se habia acostumbrado a sacar su agua potable se secaron y era preciso adentrarse bastante en el bosque para encontrar un manantial todavia activo.
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