Выбери любимый жанр

Вы читаете книгу


Sabatini Rafael - Scaramouche Scaramouche

Выбрать книгу по жанру

Фантастика и фэнтези

Детективы и триллеры

Проза

Любовные романы

Приключения

Детские

Поэзия и драматургия

Старинная литература

Научно-образовательная

Компьютеры и интернет

Справочная литература

Документальная литература

Религия и духовность

Юмор

Дом и семья

Деловая литература

Жанр не определен

Техника

Прочее

Драматургия

Фольклор

Военное дело

Последние комментарии
оксана2018-11-27
Вообще, я больше люблю новинки литератур
К книге
Professor2018-11-27
Очень понравилась книга. Рекомендую!
К книге
Vera.Li2016-02-21
Миленько и простенько, без всяких интриг
К книге
ст.ст.2018-05-15
 И что это было?
К книге
Наталья222018-11-27
Сюжет захватывающий. Все-таки читать кни
К книге

Scaramouche - Sabatini Rafael - Страница 31


31
Изменить размер шрифта:

As? las cosas, al salir a escena el jueves por la noche, la primera persona a quien vio fue a Aline, y la segunda, al marqu?s de La Tour d'Azyr. Ocupaban un palco a la derecha del proscenio, casi encima del escenario. Con ellos hab?a otras personas, entre otras una venerable anciana que Andr?-Louis supuso ser?a la condesa de Sautron. Pero ?l s?lo ten?a ojos para aquellas dos personas que tanto turbaban su esp?ritu ?ltimamente. Ver a cualquiera de los dos hubiera bastado para desconcertarle, pero verlos juntos estuvo a punto de hacerle olvidar lo que ten?a que hacer en escena. Por fin logr? reunir fuerzas y actuar. Y lo hizo con inusual maestr?a, por lo cual fue m?s aplaudido que nunca antes en su breve pero sensacional carrera teatral.

?sa fue su primera emoci?n de la noche. La otra vino despu?s del segundo acto. Al entrar en el camerino de Clim?ne se lo encontr? m?s lleno de admiradores que nunca, y entre ellos estaba el marqu?s de La Tour d'Azyr. Sentado al fondo, junto a la actriz, intercambiaba sonrisas con ella habl?ndole en voz baja. Estaban a solas, privilegio que Clim?ne no conced?a a ninguno de los que iban a felicitarla. Todos los otros caballeretes de menor jerarqu?a se hab?an retirado al ver al marqu?s, como hacen los chacales en presencia del le?n.

Andr?-Louis se qued? un rato muy confuso. Luego, recobr?ndose de su sorpresa, escudri?? al marqu?s con ojos inquisitivos. Ten?a que reconocer la belleza, la gracia y el esplendor de aquel noble, su aire cortesano y su absoluto dominio de s? mismo. M?s que nunca se fij? en aquellos ojos obscuros que devoraban el encantador rostro de Clim?ne, y tuvo que morderse los labios de rabia.

El se?or de La Tour d'Azyr no repar? en ?l. Pero de haberlo hecho, tampoco le hubiera reconocido detr?s de su m?scara de Scaramouche. Y de haberlo reconocido, eso no le hubiera perturbado en lo m?s m?nimo.

Andr?-Louis se sent? aparte con la cabeza d?ndole vueltas. En eso, un caballero le dirigi? la palabra, y ?l se volvi? para contestarle. Clim?ne estaba poco menos que secuestrada y a Colombina la asediaba un enjambre de galanteadores. As? pues, los visitantes menos importantes deb?an conformarse con Madame o con los miembros masculinos de la compa??a. El se?or Binet era el centro de un alegre corro que le re?a todos sus chistes. Parec?a haber emergido s?bitamente de la tristeza de los ?ltimos d?as, recobrando su buen humor. Scaramouche advirti? que constantemente los ojos de Pantalone, chispeantes de felicidad, contemplaban a su hija y a su espl?ndido admirador.

Aquella noche Clim?ne y Andr?-Louis discutieron. Cuando de nuevo ?l le aconsej? que no le diera motivos al marqu?s para que no se propasara, ella le contest? con injurias. Andr?-Louis qued? turbado por el tono violento que por primera vez ella empleaba con ?l. Trat? de mostrarse razonable, y entonces ella le contest?:

– Si te vas a convertir en un obst?culo para mi carrera, cuanto antes terminemos, mejor.

– Entonces ?no me amas?

– El amor no tiene nada que ver con esto. No tolerar? tus incesantes celos. Una actriz para triunfar tiene que aceptar todos los homenajes.

– Estoy de acuerdo, siempre y cuando la actriz no d? nada a cambio.

P?lida y con los ojos llameantes, se volvi? a ?l:

– ?Qu? est?s dando a entender?

– M?s claro ni el agua. Una muchacha en tu situaci?n puede aceptar todos los homenajes que le ofrezcan con tal que los reciba con una digna reserva que implique que no dar? en cambio otro favor que no sea el de sus sonrisas. Si es prudente, se las arreglar? para que esos homenajes sean colectivos y que ninguno de sus admiradores tenga jam?s el privilegio de estar a solas con ella. Si es juiciosa, no alentar? ninguna esperanza que m?s tarde no pueda dejar de cumplir.

– ?C?mo! ?Qu? insin?as…?

– Conozco este mundo. Y tambi?n al se?or de La Tour d'Azyr. Es un hombre despiadado, inhumano; que toma cuanto se le antoja, por las buenas o por las malas; sin importarle la desgracia que va sembrando a su paso; un hombre cuya ?nica ley es la fuerza. Pi?nsalo bien, Clim?ne, y dime si no es mi deber advertirte.

Entonces Andr?-Louis sali? de la posada, pues consider? denigrante seguir hablando del tema.

Los d?as que siguieron no s?lo fueron tristes para ?l, sino tambi?n para otro miembro de la compa??a, L?andre, que estaba profundamente deprimido al ver que el marqu?s no cesaba de hacerle la corte a Clim?ne. El se?or de La Tour d'Azyr no se perd?a una funci?n, reservaba siempre el mismo palco, y casi siempre iba solo o acompa?ado por su primo, el caballero de Chabrillanne.

El jueves de la semana siguiente, Andr?-Louis sali? a pasear solo por la ma?ana. Estaba disgustado, abrumado y humillado, y pens? que un paseo le aliviar?a. Al doblar en la esquina de la plaza de Bouffay, tropez? con un hombre delgado, vestido de negro y con una peluca bajo un sombrero redondo. El hombre dio un paso atr?s al verle, levant? sus lentes y le salud? asombrado: -?Moreau! ?D?nde demonios te hab?as metido todos estos meses? Era Le Chapelier, el abogado y l?der del Casino Literario de Rennes. -Detr?s del tel?n de Tespis -dijo Scaramouche.

– No te entiendo.

– No hace falta. Y t?, Isaac, ?c?mo est?s? ?Qu? tal andan las cosas de ese mundo que parece haberse parado?

– ?Parado? -se ech? a re?r Le Chapelier-. ?Pero de d?nde has salido? ?El mundo no est? parado! -y se?alando un caf? que hab?a a la sombra de una siniestra c?rcel, agreg?-: Vamos all? a beber algo mientras charlamos un poco. Eres el hombre que todos buscamos, te hemos buscado por todas partes. ?Qu? casualidad que nos hayamos encontrado! Cruzaron la plaza y entraron en el caf?. -?De verdad crees que el mundo se ha parado? ?Por Dios! Supongo que no est?s al tanto de la Real Orden convocando la Asamblea General, ni de los t?rminos en que se expresa, seg?n los cuales vamos a tener lo que pedimos, lo que t? pediste por nosotros en Nantes. ?No has sabido nada de las elecciones primarias? ?Ni del tumulto que hubo en Rennes hace un mes? La Real Orden dispon?a que los tres Estados celebrasen sesi?n conjuntamente en la Asamblea General, pero en la bail?a de Rennes los nobles se mostraron recalcitrantes. Acudieron a las armas, y con seiscientos de sus vasallos bajo el mando de tu viejo amigo, el marqu?s de La Tour d'Azyr, quisieron amedrentarnos a los miembros del Tercer Estado, quisieron pulverizarnos para poner fin a nuestra insolencia -se ech? a re?r burlonamente, y prosigui?-: Pero te juro por Dios que nosotros tambi?n nos enfrentamos a ellos con las armas. Seguimos el consejo que nos diste en Nantes en noviembre. Dimos una batalla campal en las calles, guiados por tu tocayo Moreau, el preboste, y les perseguimos oblig?ndolos a refugiarse en un convento franciscano. Aqu?l fue el final de su resistencia a la autoridad del rey y a la del pueblo.

Le Chapelier le cont? en detalle todo lo acontecido y, finalmente, lleg? al asunto que, como le hab?a dicho, le hab?a movido a buscarlo desesperadamente por todas partes.

Nantes iba a enviar cincuenta delegados a la Asamblea de Rennes, donde deb?an elegir a los diputados del Tercer Estado, quienes presentar?an su pliego de demandas. Rennes estaba bien representada, pero pueblos como Gavrillac s?lo enviaban dos delegados por cada doscientos habitantes, o incluso menos. Tres regiones hab?an pedido que Andr?-Louis fuera uno de sus delegados. Gavrillac lo quer?a porque era de all? y se sab?a cu?ntos sacrificios hab?a hecho por la causa del pueblo. Rennes lo quer?a porque hab?a escuchado su discurso el d?a que mataron a los dos estudiantes, y Nantes, que ignoraba su verdadera identidad, le reclamaba porque era el hombre que se hab?a dirigido al pueblo bajo el seud?nimo de Omnes Omnibus, exhort?ndolos con la demanda que luego evidentemente influy? en Necker a la hora de redactar la convocatoria. Como no lo encontraban, las delegaciones se formaron sin ?l. Pero ahora hab?a una o dos vacantes en la representaci?n de Nantes, y por eso Le Chapelier hab?a acudido a esta ciudad. Andr?-Louis rechaz? la propuesta de Le Chapelier moviendo la cabeza.

– ?Te niegas? -exclam? su amigo-. ?Est?s loco? ?Rechazas el deseo de varias regiones? ?Te das cuenta de que probablemente te elegir?n como uno de los diputados, que te enviar?n como tal a la Asamblea General de Versalles para representarnos en la haza?a de salvar a Francia?

Pero a Andr?-Louis no le importaba salvar a Francia. Lo que le importaba era salvar a las dos mujeres que amaba -aunque de maneras distintas- de un hombre al que hab?a jurado eliminar. Por eso se mantuvo firme en su negativa.

– Es extra?o -dijo Andr?-Louis- que haya estado tan inmerso en frivolidades que no me diera cuenta de que Nantes est? pol?ticamente activa.

– ?Activa! M?s que eso, esto es una caldera al rojo vivo. La gente est? a punto de estallar. S?lo la creencia de que todo marcha bien mantiene al pueblo acallado. Pero bastar?a una insinuaci?n en sentido contrario para que todo salte por los aires.

– ?De veras? -pregunt? Scaramouche pensativo-. Ese dato pudiera resultarme ?til -y entonces, cambiando de tema-: ?Sab?as que el marqu?s de La Tour d'Azyr est? aqu??

– ?En Nantes? ?Y a?n tiene el descaro de estar aqu?! La gente aqu? no es d?cil y conocen su participaci?n en lo de Rennes. Parece mentira que no le hayan apedreado todav?a. Pero ya lo har?n, m?s tarde o m?s temprano. S?lo hace falta que alguien lo sugiera.

– Es muy posible que alguien lo haga -dijo Andr?-Louis sonriendo-. No aparece mucho en p?blico, menos a?n en las calles. No es tan valiente como dicen. En cierta ocasi?n le dije que en vez de coraje lo que ten?a era mucha insolencia.

Al separarse, Le Chapelier exhort? de nuevo a su amigo para que aceptara su proposici?n.

– Si cambias de idea, estar? en la Posada del Ciervo hasta pasado ma?ana. Si tienes alguna ambici?n, no dejes pasar esta oportunidad.

– Creo que no tengo ninguna ambici?n -dijo Andr?-Louis y se alej?.

Aquella noche, en el teatro, sinti? el maligno impulso de comprobar lo que Le Chapelier hab?a dicho acerca del estado de ?nimo popular latente en Nantes. Se representaba El terrible capit?n, en cuyo ?ltimo acto Scaramouche pon?a al descubierto la cobard?a del fanfarr?n Rhodomont.

Despu?s de las risotadas que la derrota del feroz capit?n provocaba invariablemente, le tocaba a Scaramouche despedirle con una frase hiriente que variaba cada noche seg?n la inspiraci?n del momento. Aquella noche Scaramouche convirti? esa frase en un mensaje pol?tico.

– As? pues, ?oh, cobarde!, queda demostrada tu fanfarroner?a. A causa de tu gran estatura, de tu enorme espada y de tu gran sombrero, el pueblo te ha tenido miedo creyendo que eras tan terrible e inexpugnable como insolente. Pero al primer encuentro con un valiente, tiemblas y lloras lastimosamente y tu gran espada se queda sin desenvainar. Me recuerdas a las clases privilegiadas cuando huyeron en las calles de Rennes al verse enfrentadas a los hombres del Tercer Estado. Era una morcilla audaz, y Andr?-Louis estaba preparado para todo: para la risa, el aplauso, la indignaci?n, o lo que fuera. Pero no para lo que ocurri?, pues un hurac?n de aplausos furiosos surgi? inmediatamente del anfiteatro, y fue tan repentino, tan espont?neo que casi se asust?, como un ni?o que de pronto se asusta al encender con una cerilla un mont?n de paja seca. Los hombres se subieron a los asientos, enarbolando sus sombreros al aire, ensordeciendo a todos con sus atronadoras ovaciones. Y las aclamaciones s?lo cesaron cuando cay? el tel?n.