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Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 5
— ?Acaso estas ciego?
— Venia de aquel lado — insistio Anton -. Sigamos las huellas.
— Estas diciendo una tonteria — dijo Pashka, irritado -. En primer lugar, ningun conductor consciente circula por una direccion prohibida. Y en segundo lugar, mira donde esta el bache y donde la huella del frenazo. ?De donde venia entonces?
— ?Y a mi que me importan tus conductores conscientes! ?Yo mismo soy inconsciente y paso debajo del «ladrillo»!
Pashka palidecio.
— ?Puedes marcharte por donde quieras! — dijo, tartamudeando un poco -. ?Chiflado! ?Te has atontado con el calor!
Anton se volvio y, mirando hacia adelante, paso debajo de la senal. Tan solo deseaba una cosa: que ante el apareciera algun puente volado que le impidiera pasar al otro lado. ?Que tengo que ver yo con los conscientes? penso. Que se vayan donde quieran… ella y su Pashka. Luego recordo como Anka habia cortado a Pashka cuando este la llamo Anechka, y sintio un cierto alivio. Miro hacia atras.
Vio en seguida a Pashka. Bon Sarancha, hecho un ovillo, seguia atentamente las huellas del auto misterioso. El disco oxidado se balanceaba lentamente sobre la carretera y, a traves del agujero, se veia a veces el cielo azul. Anka estaba sentada en la cuneta, con los codos apoyados en las desnudas rodillas y el menton sobre los punos cerrados.
Empezaba a oscurecer. Iban de regreso. Los muchachos remaban, y Anka llevaba el timon. Por encima del bosque, que parecia negro, se alzaba una luna roja. Las ranas croaban furiosamente.
— Todo estaba tan bien planeado — dijo Anka tristemente -. ?Y vosotros dos…!
Los muchachos permanecieron callados. Luego, Pashka pregunto a media voz:
— Toshka, ?que viste por aquella parte?
— Un puente volado — respondio Anton -, y el esqueleto de un fascista encadenado a una ametralladora. La ametralladora estaba completamente hundida en la tierra, era imposible moverla.
— Ya… — dijo Pashka -. Yo no tuve tanta suerte. Yo tuve que ayudar a un pobre tipo a reparar su auto.
I
Cuando Rumata dejo atras la tumba de San Miki, septima y ultima de aquella carretera, habia anochecido ya por completo. El alabado caballo jamajareno que le dio Don Tameo como pago de lo que habia perdido a las cartas resulto ser un autentico penco. Sudaba, se rozo las patas, era lerdo, y trotaba tambaleandose. Rumata le apretaba los flancos con las rodillas, lo fustigaba entre las orejas con el guante, pero el animal no hacia mas que mover tristemente la cabeza sin acelerar el paso. A lo largo de la carretera habia unos arbustos que en la oscuridad parecian nubes de humo petrificadas. El zumbido de los mosquitos se hacia insoportable. En el turbio cielo, sobre su cabeza, titilaban unas deslucidas estrellas. De vez en cuando soplaba un vientecillo templado y fresco a la vez, como solia ocurrir cada otono en aquel pais maritimo, de dias polvorientos y sofocantes y noches frescas.
Rumata se embozo mejor en su capa y solto las bridas. No tenia por que apresurarse. Faltaba aun una hora para la medianoche, y el Bosque Hiposo se distinguia ya formando una negra franja dentada en el horizonte. A ambos lados de la carretera se extendian campos cultivados, entre los cuales centelleaban a la luz de las estrellas los malolientes pantanos y se destacaban las sombras de los tumulos y las podridas empalizadas del tiempo de la Invasion. Alla a lo lejos, a la izquierda, se veia un resplandor que aumentaba y disminuia a intervalos. Debia estar ardiendo alguna aldea, una de tantas Cadaverinos, Ahorcaperros o Atracabobos que por real decreto habian cambiado sus antiguos nombres por los de Villa — sonada, Buenaventura o Los Serafines. Aquel pais, cubierto por la capa de sus nubes de mosquitos, desgarrado por sus barrancos, inundado por sus pantanos y azotado por la fiebre, la peste y los resfriados hediondos, se extendia cientos de kilometros, desde las orillas del Estrecho hasta la saiva del Bosque Hiposo.
Tras una de las curvas de la carretera, una sombra surgio de entre los arbustos. El caballo se estremecio y enderezo las orejas. Rumata cogio las bridas, tiro como de costumbre de los encajes de su manga derecha y echo mano a la empunadura de su espada. El hombre que habia salido al camino se quito el sombrero.
— Buenas noches, noble Don — dijo quedamente -. Os pido mil perdones.
— ?Que deseas? — pregunto Rumata, prestando oido. No existian emboscadas silenciosas. Los bandidos se descubren por el crujir de alguna cuerda; los Milicianos Grises, por no poder contener los eructos producidos por la mala cerveza; las partidas de los barones, por su fiero resuello y el entrechocar de sus armaduras; y los monjes cazadores de esclavos, por su ostentoso rascarse. Pero entre los arbustos reinaba el silencio. Por otra parte, aquel hombre no parecia ser un cebo ni tenia su aspecto: era un hombrecillo rechoncho, vestido con una humilde capa.
— Permitidme ir junto a vos — dijo, haciendo una reverencia.
— Esta bien — dijo Rumata, dando un tiron a las bridas -. Puedes sujetarte al estribo.
El hombre echo a andar al lado de Rumata. Llevaba el sombrero en la mano, y en su cabeza relucia una gran calva. Parece un comerciante, penso Rumata. Ira comprando lino o canamo a los barones y asentadores. Pero tiene que ser atrevido… Aunque quiza no sea comerciante. Tal vez sea un intelectual. Un fugitivo. Un proscrito. Esos son quienes mas andan de noche por las carreteras en estos tiempos. Claro que tambien puede ser un espia…
— ?Quien eres y de donde vienes? — pregunto Rumata.
— Me llamo Kiun — dijo el hombre tristemente -. Vengo de Arkanar.
— Creo mas bien que huyes de Arkanar.
— Si, noble Don; huyo de Arkanar.
Un pobre hombre, se dijo para si mismo Rumata. ?O tal vez un espia? He de probarlo ?Y para que? ?Que me importa? ?Quien soy yo para probar a nadie? ?Por que no he de creer en lo que me dice? Esta claro que es un intelectual que huye de la ciudad para salvar su vida. Va solo y tiene miedo, y como es debil busca proteccion. Ha encontrado a un aristocrata. Los aristocratas, por su orgullo y estupidez, no entienden de politica, pero sus espadas son largas y no les gustan los Grises. ?Que impide pues que Kiun busque el desinteresado amparo de un aristocrata estupido y orgulloso? No, no lo probare. No es necesario. Hablare con el para pasar el rato, y luego nos despediremos como buenos amigos.
— Kiun… — murmuro -. Yo conocia a un Kiun. Vendia drogas y era alquimista. Vivia en la Calle de la Hojalata. ?Eres pariente suyo?
— Si, noble Don — dijo Kiun -. Pariente lejano. Pero a ellos les da lo mismo… hasta la duodecima generacion.
— ?Y hacia donde huyes, Kiun?
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