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Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 24
Los oficiales de la guardia se acercaban, con las copas preparadas.
— Estais palidos — dijo Don Tameo en voz baja -. Claro: el amor, la pasion… Pero, ?por San Miki bendito!, el Estado esta por encima de todo. Esto es jugar con fuego, mi querido amigo… y ofender sentimientos.
En el rostro de Don Tameo se produjo de pronto un cambio, y empezo a retroceder y a separarse de Rumata, haciendo reverencias. En aquel momento llegaron los de la guardia, rodearon a Rumata y le ofrecieron una copa llena hasta el borde.
— ?Por el honor y el Rey! — brindo uno de ellos.
— ?Y por el amor! — anadio otro.
— Demostradle lo que es la guardia, noble Don Rumata — dijo un tercero.
Rumata no habia hecho mas que coger su copa cuando vio a Dona Okana. Estaba en la puerta, abanicandose y moviendo perezosamente los hombros. Si, desde lejos parecia incluso hermosa. No era el tipo de mujer preferido de Rumata, sino una gallinita tonta y lasciva, pero era hermosa. Tenia unos enormes ojos azules, aunque sin sombra de sentimiento ni de calor, una boca suave y experimentada, y un cuerpo magnifico cuyas insinuantes desnudeces apenas ocultaba el elegante traje. El oficial que estaba tras Rumata simulo un ruidoso beso. Rumata le entrego su copa sin mirarlo y se dirigio al encuentro de Dona Okana. Todos los presentes apartaron la vista de ellos y empezaron a hablar de cosas intrascendentes.
— Vuestra belleza deslumbra — dijo Rumata en voz baja, haciendo una profunda reverencia -. Permitidme postrarme a vuestras plantas, cual galgo a los pies de la bella desnuda e indiferente.
Dona Okana se cubrio el rostro con el abanico y entorno los ojos.
— Sois muy decidido, mi noble Don — dijo -. Nosotras, las pobres provincianas, somos incapaces de resistir semejantes asaltos -. Hablaba pronunciando las palabras en voz baja y un poco ronca -. No puedo hacer mas que abriros las puertas del fuerte y dejaros entrar triunfalmente.
Rumata rechino los dientes de furia y verguenza, y aun se inclino mas. Dona Okana descendio el abanico y dijo en voz alta:
— ?Distraeos, nobles amigos! ?Don Rumata y yo volveremos pronto! Quiero ensenarle mis nuevos tapices de Irukan.
— ?No nos abandoneis por mucho tiempo, encanto! — parecio balar uno de los vejestorios.
— ?Seductora! — pronuncio dulcemente otro de los viejos -. ?Hada!
Los oficiales de la guardia hicieron sonar sus espadas.
— La verdad es que sabe aprovechar las ocasiones — comento con voz muy clara el personaje de sangre real.
Dona Okana tomo a Rumata del brazo y se lo llevo. Cuando ya estaban en el pasillo, Rumata oyo como Don Sera decia, con tono de envidia:
— No veo ninguna razon que impida que un noble Don pueda contemplar unos tapices de Irukan…
Al llegar al extremo del corredor, Dona Okana se detuvo de repente, paso los brazos alrededor del cuello de Rumata, exhalo un suspiro afonico que queria expresar la pasion que la desbordaba, y le sorbio la boca con sus labios. Rumata dejo de respirar. El hada olia a sudor y a perfumes estorianos. Sus labios eran calientes, humedos, y estaban pegajosos de dulces. Rumata procuro sobreponerse a si mismo y corresponder al beso. Y por lo visto lo consiguio, puesto que Dona Okana volvio a suspirar y se abandono en sus brazos con los ojos cerrados. Aquella escena duro una eternidad. Ahora vas a ver lo que es bueno, buscona, penso Rumata, y la abrazo con fuerza. Se oyo un chasquido, como si se le hubiera roto una ballena del corse o una costilla, y la mujer lanzo un quejido, abrio unos ojos admirados y se revolvio queriendo soltarse. Rumata abrio inmediatamente los brazos.
— ?Sois un barbaro! — dijo ella, respirando dificultosamente pero con admiracion en su voz -. Por poco me partis.
— Es el amor que me abrasa — murmuro el en tono de disculpa.
— Y a mi tambien. ?Si supierais como os he esperado! ?Venid, venid aprisa!
Lo llevo por una serie de oscuras y frias habitaciones. Rumata saco el panuelo y se limpio los labios. Aquella aventura empezaba a parecerle imposible. Pero era necesaria. ?Que culpa tengo yo? Este asunto no se resuelve con buenas palabras. ?San Miki bendito, ?por que la gente de palacio no se lava nunca?! ?Y que temperamento! Preferiria que se presentara Don Reba. Mientras iba pensando estas cosas, ella lo arrastraba de igual forma que una hormiga a un gusano muerto. Rumata, que imaginaba ser el ultimo de los idiotas, decidio retener a Dona Okana halagandola con unas banales palabras alusivas a sus veloces pies y a sus rojos labios. Ella lanzo una estridente carcajada, pero no se detuvo. Por fin se vio empujado a un gabinete donde hacia mucho calor, y que efectivamente tenia las paredes cubiertas con tapices de Irukan. Dona Okana se dejo caer inmediatamente en un enorme lecho que ocupaba completamente uno de los lados, y apenas se hubo acomodado entre las almohadas clavo en el sus hiperestenicos ojos. Rumata permanecia envarado como un poste. El gabinete olia a chinches.
— ?Oh, que bello sois! — murmuro ella en voz muy baja -. Venid: ?me hicisteis esperar tanto!
Rumata inspiro profundamente. Sentia nauseas. Gotas de sudor corrian por sus mejillas. No puedo mas, penso. Al cuerno con toda esta informacion. Huele a zorra… o a mona. Es algo antinatural, sucio… La suciedad es preferible al derramamiento de sangre, ?pero esto es mucho mas que suciedad!
— ?Que haceis, noble Don? ?Venid aqui! ?No veis que os estoy esperando? — grito Dona Okana con voz chillona.
— ?Iros al diablo! — respondio Rumata.
Ella se levanto y se le acerco.
— ?Que os pasa? ?Estais borracho?
— No se. Me falta aire.
— ?Quereis que pida una palangana?
— ?Que palangana?
— No os preocupeis, todo pasara — dijo ella, y empezo a desabrocharle la camisa con manos temblorosas de impaciencia -. Sois hermoso… — murmuro, sofocada — pero timido como un novato. ?Quien iba a pensarlo? Esto es seductor, os lo juro por Santa Bara.
Rumata tuvo que sujetarle las manos. Mirandola desde su mayor altura, podia ver su cabello sin asear pegajoso de grasa, sus redondos y desnudos hombros con bolillas de polvos, y sus pequenas orejas color carmesi. Todo esto es repugnante, penso. No puedo soportarlo. Y es una lastima, porque algo tiene que saber. Don Reba es de los que hablan mientras duermen. Ademas, a veces la lleva a los interrogatorios. A ella le gustan. Pero no puedo.
— Bien… ?que? — dijo ella, irritada.
— Vuestros tapices son magnificos — respondio el en voz alta -. Pero debo irme.
En un primer momento ella no comprendio. Luego, su cara se descompuso.
— ?Como os atreveis? — comenzo a decir. Pero el ya habia abierto la puerta, salido al pasillo y echado a correr. Desde manana mismo dejare de lavarme, iba pensando. En este lugar hay que ser un cerdo y no un dios. — ?Capon! — le grito ella desde lejos -. ?Castrado mocoso! ?Ni empalado vas a pagar…!
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