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Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 16
— ?Oh! — interrumpio Rumata -. ?Y para que?
— ?Como «para que»?
— Si, a pesar de todo me parece que estas algo chiflado — dijo Rumata -. Pero bueno, te creo. ?Que es lo que te queria decir? ?Ah, si! Manana tienes que admitir a dos nuevos preceptores. Uno de ellos es el padre Tarra, un respetable anciano que se dedica a la… cosmografia, y el otro el hermano Nanin, que tambien es una persona fiel y conocedor de la historia. Es gente mia, asi que recibelos con todo respeto. Aqui tienes la fianza — echo sobre la mesa un saquito del que escapo un tintineo de monedas -. Tu parte esta tambien aqui, son cinco piezas de oro. ?Entendido?
— Si, noble Don — dijo el padre Kin.
Rumata bostezo y miro a su alrededor.
— Me alegra que lo hayas entendido — dijo -. Mi padre, no se por que, tenia mucho carino a esos dos, y me encargo en su testamento que me preocupara por ellos. Dime, tu que eres un hombre culto, ?de donde le puede venir a un noble esta simpatia por alguien que sabe leer?
— Es posible que se deba a servicios prestados — aventuro Kin.
— ?A que te refieres? — pregunto Rumata, como sospechando algo -. Aunque… oh, ?por que no? Si… es posible que alguna de sus hijas o hermanas fuera hermosa… ?No tienes vino?
El padre Kin abrio los brazos con gesto de desolada disculpa y dijo que no. Rumata cogio una de las hojas de papel que habia sobre la mesa y la sostuvo durante algun tiempo a la altura de sus ojos.
— Acuciamiento… — leyo -. ?Que talentos! — dejo que la hoja de papel cayera al suelo y se levanto -. Te advierto: ten mucho cuidado con que tu jauria de letrados no ofenda a los mios. Vendre de tanto en tanto a verlos, y si me entero de algo… — Rumata acerco su poderoso puno a la nariz de Kin -. Bueno, bueno, no te asustes. No te hare nada.
El padre Kin solto una respetuosa risita. Rumata se despidio de el con una inclinacion de cabeza y se dirigio a la puerta, rayando el suelo con sus espuelas.
Al pasar por la calle del Agradecimiento Infinito entro en la armeria, compro unas anillas nuevas para las vainas de sus espadas, probo un par de punales (los tiro contra la pared para observar como se clavaban, midio el ajuste de las empunaduras a su mano, y finalmente los rechazo), y luego se sento en el mostrador y se puso a charlar con el dueno, el padre Gauk. Este tenia unos ojos bondadosos y tristes y unas manos pequenas, palidas y manchadas de tinta. Rumata discutio con el acerca de los meritos de la poesia de Tsuren, le escucho un interesante comentario sobre el verso que empezaba: «Cual hoja marchita cae sobre el alma…», y le rogo que recitase algo nuevo. La indecible tristeza de las estrofas les hizo suspirar al unisono. Antes de marcharse Rumata declamo el «Ser o no ser…», que el mismo habia traducido al irukano.
— ?San Miki! — exclamo entusiasmadisimo el padre Gauk -. ?De quien son esos versos?
— Mios — dijo Rumata, y salio de la tienda.
Luego entro en La Alegria Gris, tomo un vaso de vino
agrio de Arkanar, le dio unas palmaditas en la mejilla a la mujer del dueno, volco con un agil movimiento de espada la mesa del confidente oficial, que lo miro con ojos ausentes, y se dirigio al rincon mas apartado, donde lo esperaba un hombre barbudo y de deslucida indumentaria, que llevaba un tintero colgado del cuello.
— Buenas tardes, hermano Nanin — dijo Rumata -. ?Cuantas peticiones has escrito hoy?
El hermano Nanin sonrio vergonzosamente, mostrando unos dientes pequenos y careados.
— Ahora son pocos los que escriben peticiones, noble Don — dijo -. Unos piensan que es inutil pedir, y otros que pronto lo tendran todo sin necesidad de pedirlo.
Rumata se acerco a el y le dijo en voz baja que ya estaba arreglado su ingreso en la Escuela Patriotica.
— Toma dos piezas de oro — le dijo luego -. Vistete y aseate. Y se prudente, al menos los primeros dias. El padre Kin es un elemento peligroso.
— Le dare a leer mi Tratado sobre los rumores — dijo el hermano Nanin alegremente -. Muchas gracias por todo, noble Don.
— ?Que no se hace por la memoria de un padre? — dijo Rumata -. Y ahora dime, ?donde puedo encontrar al padre Tarra?
El hermano Nanin dejo de sonreir y parpadeo, azarado.
— Ayer hubo aqui una rina — dijo -. El padre Tarra habia bebido un poco excesivamente, y como es pelirrojo… Bueno, le rompieron una costilla.
Rumata profirio una enojada exclamacion.
— Que mala suerte — dijo -. ?Por que bebeis siempre tanto?
— Porque hay veces en que cuesta trabajo abstenerse — respondio tristemente el hermano Nanin.
— Es cierto — asintio Rumata -. En fin, que le vamos a hacer. Toma otras dos piezas de oro, y cuida de el.
El hermano Nanin se inclino con intencion de besarle la mano, pero Rumata la retiro rapidamente.
— Vamos, vamos — dijo -. Esta no es la mejor de tus bromas, hermano Nanin. Adios.
En el puerto olia como en ninguna otra parte de Arkanar. Olia a agua salada, a limo putrefacto, a especias, a resina, a humo, a cecina pasada, y las tabernas atufaban a pescado frito y a cerveza agria. En aquel aire casi irrespirable flotaba un rumor de conversaciones plurilingue y maldiciente. En los muelles, en los angostos callejones, entre los almacenes y en los alrededores de las tabernas se agolpaba gente de aspecto singular. Eran marineros desalinados, mercaderes presuntuosos, pescadores taciturnos, traficantes de esclavos, rufianes, prostitutas pintarrajeadas, soldados borrachos, tipos raros llenos de armas y andrajosos con brazaletes de oro en sus sucias extremidades. Todos parecian estar nerviosos e irritados. Hacia tres dias que Don Reba habia dado orden de que ningun barco ni persona podia salir del puerto. Junto a los muelles brillaban las carniceras hachas de los Milicianos Grises, que escupian desvergonzada y maliciosamente mirando al gentio. En los atestados barcos se veian grupos de cinco o seis hombres huesudos y de piel bronceada vestidos con peludas pieles y cascos de cobre. Eran los mercenarios barbaros, gente que no servia para la lucha cuerpo a cuerpo, pero que a distancia eran temibles por lo bien que manejaban sus cerbatanas con flechas emponzonadas. Y mas alla del bosque formado por los mastiles, en la rada abierta, oscurecian las tranquilas aguas las largas galeras de combate de la armada real. De tiempo en tiempo surgian de ellas rojos chorros de fuego y humo que hacian arder el mar. Quemaban petroleo para mantener el respeto y el temor.
Rumata paso por la aduana, ante cuyas cerradas puertas se agrupaban los sombrios lobos de mar en inutil espera del permiso de salida, se abrio paso a empujones a traves de una vociferante multitud que vendia todo lo imaginable (desde esclavas y perlas negras hasta narcoticos y aranas amaestradas), salio a los muelles, miro de soslayo a toda una fila de cadaveres descalzos, con camisetas marineras, expuestos al publico a pleno sol, y despues de dar un rodeo por un terreno baldio lleno de inmundicias, entro en los pestilentes callejones del arrabal del puerto. Alli reinaba el silencio. En las puertas de los prostibulos dormitaban las rameras, en una esquina se hallaba tirado boca abajo, en medio de la calle, un soldado borracho con la cara rajada y los bolsillos vueltos hacia afuera, pegados a las paredes se deslizaban tipos sospechosos con palidos rostros de noctambulos.
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